El gracejo español es incuestionable ante expresiones populares. Con el tiempo vocablos o frases devienen en un significado que nada tiene que ver con el original, como es el caso de la expresión religiosa en latín Sursum corda (elevar el corazón). Lo de «ni el sursun corda lo arregla», por ejemplo, nótese que he puesto la -n- a propósito, porque ya puestos a popularizar expresiones latinas, el español le añade ese acertado toque de gañanismo que nos es tan propio, er sursun er sursun, que bien podría cantarse en plan Sarandonga de Lolita.
La Iglesia católica padece una suerte de sursun corda que no de sursum ídem a causa de un relativismo impuesto y atención, en materias de Fe, tradición, usos y costumbres morales exclusivos de la Fe católica. La cosa es seria porque este relativismo eclesial con acento argentino en la persona del nuevo Prefecto de la Doctrina de la Fe, Víctor Manuel Fernández, donde el versículo del Evangelio de San Mateo, 5 33-37 «Que tu “sí”, sea sí, y cuando digas “no”, que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno», no se tiene en cuenta en las consideraciones inamovibles de la práctica y moral católicas, convierte la situación actual en lo que popularmente se dice: se está liando parda.
Apelar a la propia conciencia
Cualquier persona entiende que en situaciones de moral no hay blancos o negros sino unos grises, sin embargo, en lo que respecta a los sacramentos, hasta ahora, sí hay blancos o negros sin matices posibles.
En la cuestión de las personas divorciadas vueltas a casar por lo civil, sea porque uno o ambos no hayan obtenido la nulidad de sus anteriores matrimonios, sea por lo que fuere, la cuestión está adoptando unos tintes de relativismo eclesial escandalosos.
A mí lo que me llama la atención es que nadie pone el foco en lo que es más importante, preservar la Divinidad y sacralidad total del Sacramento de la Eucaristía. Tampoco se habla de que Dios escruta el corazón, como dicen los salmos. Y eso es lo más llamativo y peligroso, ¿por qué? Porque todo queda al libre criterio «de la conciencia» de las personas.
La conciencia, lo sabemos, puede estar formada o deformada, empañada en su discernimiento por las emociones, por la propia psique, por tantos elementos. Pero la conciencia en sí, definida como una voz interior ordenada a la Ley natural, que nos enseña a distinguir el bien y el mal, ¿posee razonamiento propio? Porque y también lo sabemos la razón busca la verdad, el bien y se adhiere a ella, no al contrario. Y la voluntad secunda lo que le dicta la razón. Pero, ¿y si la razón no se orienta a una verdad y a un bien objetivos fuera de nosotros, qué ocurre? Que queda al arbitrio y criterio subjetivo de cada persona.
La Divinidad y sacralidad de la Eucaristía es la verdad y bien indiscutibles para el creyente, sin matices, y para recibirlo hay unas condiciones indispensables, no estar en pecado mortal ¡Ah! ¡Ha dicho pecado! Sí, he escrito pecado. Pero si son buenos, creyentes y quieren vivir en la comunidad eclesial, fantástico desde luego, pero ateniéndose a no reducir esa verdad única, divina y sagrada al criterio propio, ¿por qué? Porque esa verdad, ese bien lo es per sé, está fuera de nosotros. Nosotros no debemos adaptarlo a nuestra necesidad, sino adaptarnos a su verdad.
Mirando a la Verdad objetiva de frente (desde la Fe), la cosa cambia mucho. Y aquí entramos en otro terreno del que tampoco desde esas altas instancias jerárquicas, ‘neo teológicas culturales’ tampoco se habla, que es de la salvación del alma ¡Sursun corda! Efectivamente, no hay que olvidar que al fin y a la postre, Dios escruta los corazones y que como dice el Evangelio de San Juan, el Señor quiere «adoradores en espíritu y en verdad» y eso, es tanto un don de lo Alto, como una conquista espiritual, radical y verdadera de uno consigo mismo y además, con Dios.
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