El adviento está pasando sigiloso anunciando la venida. Vivimos ese tiempo de preparación y espera para recibir el mayor amor de todos. Hemos liquidado sin darnos cuenta dos de las cuatro semanas que sirven para tomar conciencia de lo que celebramos, la Nochebuena. La noche más especial del año en la que la sobremesa se convierte en protagonista. La familia se reúne para celebrar, cantar, conversar, reír y abrazar. Y en los ojos de los más mayores, secar las lágrimas que caen por todos esos que ya no pueden sentarse a la mesa. Los que precedieron y fueron ejemplo de entrega y generosidad. Aquellos que cuidaron de sus padres, hermanos y sobrinos. De la familia, al fin y al cabo.
Prepararnos para la noche más bonita nos hace viajar en el tiempo, pero cuidado con la tentación de quedar atrapados por la nostalgia. Qué bonito mirar atrás con los ojos puestos en el hoy. Somos la suma de lo vivido. Cómo olvidar ese tiempo en el que mirábamos a nuestros padres alzando la vista; cuando nuestra mayor ilusión era cantar junto al portal de Belén alegres y contentos para celebrar que había nacido el Niño Dios. Ese pasado que vuelve con luz, alegría y olores casi olvidados nos ubica de nuevo en esa mesa llena de gente, muy querida y añorada. Pensar en aquellos días abre la puerta a redescubrirse uno mismo con el humilde objetivo de darse a los demás. De esta forma honramos a nuestro padre y a nuestra madre.
En el adviento, ese período que marca la dulce espera de María, uno va tomando conciencia de que amar es una forma elegida de vivir, no sin esfuerzo. Amor que nace de la esperanza, de esa espera paciente que todo lo sufre y todo lo supera. Con puertas abiertas. Sin más disponibilidad que la búsqueda del amante querido.
Pensar en aquellos días abre la puerta a redescubrirse uno mismo con el humilde objetivo de darse a los demás. De esta forma honramos a nuestro padre y a nuestra madre.
En los próximos 14 días que quedan hasta el día de Navidad tenemos la opción de amar apasionadamente y con toda el alma. De nosotros depende ser amable con quien no lo suele ser; de ser cortés y abrir la puerta a esa señora malhumorada que viene cargada de paquetes. En la propia libertad que todavía nos pertenece está elegir sonreír a quien nos vende el pan nuestro de cada día. Ceder el turno sosegada y serenamente a quien se le ve el paso acelerado. Ofrezcamos esa mano amiga y ese hombro al que agarrarse aunque no nos lo pidan. Hoy es habitual sentirse incapaz de pedir auxilio y compañía.
Amor que nace de la esperanza, de esa espera paciente que todo lo sufre y todo lo supera. Con puertas abiertas. Sin más disponibilidad que la búsqueda del amante querido.
El adviento va convirtiendo en hábito y rutina pequeños gestos de amor. Ahora, en pleno siglo XXI se empeñan en empañar el amor exagerando las herramientas que lo alimentan. Música, luces, regalos. Y por supuesto el cuñao. Esa típica etiqueta de persona pesada e inaguantable de la que debes huir. A pesar de ese ruido, de las milles de bombillas led desenfocadas, y esas bonitas pero vacías cajas con un gran lazo, en Adviento amar sale solo. Por eso la nube negra que le toca al pobre cuñao de turno, se disuelve. Le abrimos los brazos y estamos deseando recibirlo y atenderlo para que el cuñao se convierta en hermano, uno más de los que se tenga.
En estos días el corazón se reblandece. Y eso es así porque uno nunca se olvida de qué pasta está hecho. La Navidad nos recuerda que todos, la humanidad entera, está hecha a imagen y semejanza de Dios. Esa es la única y verdadera naturaleza humana. La primera capa del ser humano es ese soplo divino que nos diferencia de cualquier otra criatura: el amor. El amor que todo lo puede y todo lo perdona. Ese amor que cambia tu mirada para ver donde los ojos no alcanzan. Esa forma de compartir el tiempo con todos aquellos que aún entendiendo la vida diferente a uno, encuentran comprensión y calor. Ese amor de familia, de hogar. Donde todos los que de allí proceden tienen garantizado que le quieren tal como son. ¡Qué bonita la Navidad anunciada con adviento de amor del bueno en el que podamos vaciarnos del yo y así dejar paso definitivamente al tú!
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