Si hay algo que me gusta de redes como Instagram es comprobar que cada vez hay más mujeres que pasados los cincuenta se atreven con sus fotos, compartiendo aportaciones interesantes y demostraciones de seguridad en sí mismas.
Cumplir años es muy positivo en algunos aspectos, aunque los achaques sean un inconveniente imparable y para todos sin excepción, esta existencia sea un camino unidireccional.
Partiendo de esta aseveración hay algo que está claro: podemos envejecer mejor o peor dependiendo no sólo de factores externos o ajenos a nuestra voluntad, sino de la concepción que tengamos de la vida y de nosotros mismos.
Hasta hace bien poco cumplir años siendo hombre era muy distinto a hacerlo siendo mujer. Los hombres, según nuestra cultura, se iban tornando más interesantes, con un atractivo sereno y maduro. Las mujeres, al contrario, se decía que con los años “se ajamonaban o se amojamaban”, frase popular que pocos admitirán haber dicho o compartido, pero que forma parte de nuestro subconsciente colectivo.
Si bien es cierto que esta sociedad aparta a los mayores en general, independientemente de si son hombres o mujeres, en el caso de la mujer ese proceso de invisibilidad acontece antes y de forma más notoria.
Por otra parte, aunque la tasa de mortalidad era mayor entre los hombres, en gran parte debido a su trabajo fuera de casa, esta cifra se está equiparando. La vida laboral de las mujeres fuera de casa y las crecientes responsabilidades nos han ido alineando frente a la muerte.
Sin embargo, hay algo que me llama la atención y es lo lento que avanza el cambio en lo que respecta a la idea que nuestra sociedad tiene de la mujer pasados los 50.
Es cierto que nosotros bebemos de la cultura en la que nos criamos e interpretamos el mundo y sus imágenes según esa cultura, pero no olvidemos que también hacemos nuestra cultura. Somos, y debemos ser, parte del cambio.
Hay pocas películas, algunas campañas (menos mal) y muchos prejuicios alrededor de las mujeres que llegadas a una edad aún se comportan con la seguridad y la naturalidad de una jovencita. Y dejo claro de antemano, aunque no creo que sea necesario para un lector avezado, que no me refiero a payasadas varias ni a conductas que persiguen seguir siendo lo que físicamente ya no se es. Estoy centrando el tema en las mujeres que envejecen cuidadas por dentro y por fuera, que visten con inteligencia a sabiendas de lo que les favorece y que independientemente de si han formado una familia o no, se niegan a desaparecer o a ser anuladas por un concepto de belleza excluyente y falto de dignidad.
Siempre he dicho, y me reitero, que las mujeres pudiendo ser la mejor aliada, la hermana y el apoyo, somos en ocasiones el peor enemigo de otra mujer. Con esto me refiero a que, si el canon de belleza que manejamos aún se encarna casi exclusivamente en la juventud, lo que nos faltaba era que las propias mujeres frenasen el cambio. Y puedo afirmar que he notado reacciones de rechazo, de juicio impenitente y de puro miedo de mujeres ante la imagen de otras mujeres que, siendo ya abuelas o simplemente mayores, osan romper las reglas y no se conforman con cuidar a los nietos o cargar con el negro de la viudez como una losa (opciones muy loables todas, desde luego). Mas lo que se espera de ellas es otra cosa que se define en pocas palabras: que sigan haciendo lo mismo que se ha venido haciendo desde hace siglos. Hay quien no se atreve a decirlo ya que los avances sociales les harían quedar en evidencia, pero saben bien como hacer llegar el mensaje a las que se salen del molde. De la violencia psicológica hablaremos otro día.
Es admirable aceptar que tu cuerpo cambia después de ser madre porque acabas de realizar un pequeño gran milagro y tu cuerpo es aún más sagrado y valioso. Es un triunfo seguir sintiéndose en forma, poseedora de una voz y, ¿por qué no?: deseable.
Es cierto que nosotros bebemos de la cultura en la que nos criamos e interpretamos el mundo y sus imágenes según esa cultura, pero no olvidemos que también hacemos nuestra cultura. Somos, y debemos ser, parte del cambio.
Es una conquista el no avergonzarse de seguir siendo bella y femenina, digna de ser fotografiada o de protagonizar una película. De hecho, amarse como una es, sin ambages, es un triunfo vital, aunque nuestro físico o nuestro sentir disten mucho de los estereotipos reinantes. Es admirable aceptar que tu cuerpo cambia después de ser madre porque acabas de realizar un pequeño gran milagro y tu cuerpo es aún más sagrado y valioso. Es un triunfo seguir sintiéndose en forma, poseedora de una voz y, ¿por qué no?: deseable.
Yo estoy en la franja de los 40 y mi mirada está puesta en esta generación de mujeres que nos han dicho y nos dicen que los años pasan sin ser una sentencia de vejez espiritual, mental o social.
Este texto es, por lo tanto, un agradecimiento a todas las valientes que se han atrevido y que nos han iluminado el camino para que atravesemos mejor y más felices este viaje unidireccional. Es un homenaje a mujeres como Jaqueline Bisset, Angela Molina, Jane Fonda, Isabelle Huppert, Carmen dell’Orefice, Svetlana Alekslévich, Juliette Binoche, Carmen Martín Gaite, Doris Lessing y sí, también y, sobre todo, como mi madre.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: