La forma en que las personas nos relacionamos, por mucho que las diferentes culturas pongan acentos particulares en numerosos campos, es esencialmente la misma más allá de las razas, los ambientes o las costumbres, por nuestra propia naturaleza.
En general, todos disfrutamos del encuentro afable con personas con las que compartimos intereses comunes, nos sorprendemos ante el conocimiento de otros en materias que son de nuestro interés pero que no dominamos o agradecemos el encuentro intergeneracional con sus conflictos y su enriquecimiento mutuo.
Si nos centramos en la forma más especial en la que nos relacionamos con otros, que es el amor –en este caso el amor entre el hombre y la mujer-, sucede algo parecido. Grandes diferencias por un lado, pero al tiempo( A pesar de las diferencias….) no es complicado identificar algunos nutrientes básicos necesarios para que el amor nazca, se consolide y conquiste el futuro paso a paso, con sus momentos de luces y sombras.
Las cinco claves para amar que ahora abordamos seguro que pueden ser complementadas por otras, o matizadas según diferentes criterios, pero si no son todas las que son, sí son las que están, o las que al menos deben estar presentes.
Libertad: compromiso para el bien
El primero, tal vez el más fundamental de todos ellos, es la libertad. Como es obvio, este es probablemente uno de los conceptos más abordados en la historia del pensamiento filosófico, político y económico. Pero también en el campo de la libertad ligada al amor.
Entregarlo todo. ¿Es esto esclavitud? Pues bendita esclavitud, la que te lleva a tomar la decisión consciente y libre de entregarlo todo por la persona amada
Hay quien defiende, como la baronesa de Staël Holstein (1766-1817) que “la libertad es incompatible con el amor porque un amante es siempre un esclavo”. Un triste pensamiento este, en el que subyace, bajo el término libertad, el concepto de libertinaje, algo así como hacer lo que me apetece cuando me apetece sin valorar si sirve al bien de la relación, de los dos, o solo al mío propio.
Cervantes, por boca de don Quijote, definió la libertad como “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, por la que, “así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Es decir, entregarlo todo. ¿Es esto esclavitud? Pues bendita esclavitud, la que te lleva a tomar la decisión consciente y libre de entregarlo todo por la persona amada. Esta idea está desarrollada para aprovechamiento de quienes tengan la audacia de adentrarse en las páginas ‘Cásate y sé sumisa’ (Constanza Miriano. Ed. Nuevo Inicio, 2013) tras superar el impacto de su título.
La libertad, además de la entrega total y absoluta al otro (mucho más relacionada con poner toda la inteligencia, la memoria y la voluntad para procurar el bien de la persona amada), puede ser también entendida desde el prisma del respeto. Esto es de
Este respeto va mucho más allá de una cierta cordialidad, o del raquítico concepto de tolerancia que en nuestros días se maneja con tanta profusión, equivalente al “todo vale”. El respeto supone tener presente el valor esencial de la otra persona. Es valiosa porque es. Por su propia existencia.
Sinceridad: del encuentro al compromiso
La segunda clave para que amar no sea un mero sentimiento pasajero, un acomodarse a alguien que “me encaja”, es la sinceridad. Ojo a no confundir la sinceridad con la espontaneidad sin filtros o un visado permanente e irrevocable para vivir cabalgando –como un payaso de rodeo- en la grupa de los sentimientos desbocados, de lo primero que se me pasa por la cabeza o de la apetencia.
La sinceridad la entendemos como la capacidad de expresar al otro nuestras opiniones, deseos, sentimientos o expectativas con plena confianza. Como el lector puede deducir con facilidad, hay una relación evidente con una vivencia plena de la libertad desde el punto de vista considerado con anterioridad.
La sinceridad es un tesoro si se cuida de manera adecuada, porque se convierte en un punto de encuentro en el que converger desde la verbalización de un desacuerdo
Esto de la sinceridad puede ser peligroso si no se encuentran los cauces adecuados, en especial cuando se trata de contradecir o expresar desazón o enfado respecto a alguna acción del otro. No es lo mismo hacer un reproche comenzando con un “cuando actúas de tal manera, me siento triste, desorientado, enfadado…” que decir “no puedo soportar cuando haces, dices, actúas…” o “eres un tal porque siempre haces…”
La sinceridad es un tesoro si se cuida de manera adecuada, porque se convierte en un punto de encuentro en el que converger desde la verbalización de un desacuerdo. Y qué belleza hay en la conversación sincera que comienza para deshacer un entuerto y termina en un largo abrazo y un beso.
Por otro lado, también consideramos apropiado que la sinceridad se entienda desde un lugar más amable. Así, también entra en juego la sinceridad a la hora de expresar amor, atracción, bienestar, cariño, etc.
No es infrecuente el caso en el que uno deja de expresar bellos sentimientos hacia el otro por miedo a hacerse vulnerable, por vergüenza o por sentir que se vuelve ñoño o excesivamente edulcorado. Es cierto que todo ha de ser en su justa medida y que hay ocasiones que aconsejan una cierta contención. Pero no lo es menos que lo que no se verbaliza –en este caso, lo que podemos llamar buenos sentimientos hacia el otro- corre el riesgo de perder entidad y, pasado el tiempo, desaparecer. En esto, creo, las mujeres nos lleváis ventaja a los varones. En hacerlo bien, por supuesto. Como en tantas cosas.
Y un apunte más sobre la cuestión. Decir “te quiero” no es sólo la expresión de un sentimiento. Sino una declaración de intenciones, un compromiso. Si se quiere en términos empresariales, es una fórmula sintética que engloba la visión y la misión. Merece la pena decirlo todos los días. Varias veces si se puede. En ocasiones expresará deseo. En otras, compromiso. En otras, convencimiento. Todas resultarán beneficiosas, si detrás de cada “te quiero” se adivina un “y te quiero querer pase lo que pase”.
Tiempo y eternidad
El tercer eje del engranaje del amor es el tiempo. Empecemos con una pregunta atrevida: ¿Cuánto tiempo hay que dedicar a amar? La respuesta, en consonancia con esta propuesta, no puede ser otro que “todo”. Al amanecer y al anochecer. Mientras se trabaja y cuando se duerme. Fregando los platos o disfrutando una velada romántica. Aplacando una fiebre infantil a las tres de la mañana o con el recuerdo desde la distancia. Porque el amor, o es total o no es.
No sin algo de razón, habrá quien objete: “Muy bien, pero mientras pongo la lavadora, pienso el menú para mis suegros el fin de semana, me devano los sesos para solucionar una dificultad en el trabajo y busco la mejor manera de abordar una conversación complicada con mi hijo adolescente, el tiempo me pasa por encima”.
No son pocas las dificultades de la vida precipitada que con frecuencia llevamos. Y es inteligente tener presente que necesitamos un tiempo mínimo de descanso diario para que todas ellas no nos estallen sin control. Pero no hay que desesperar.
Sería un tanto reduccionista decir sin más que hay que procurar estar juntos el mayor tiempo posible. No siempre se puede y, además, no basta con ello.
Una tarde –completa, seguro- de compras en un centro de bricolaje eligiendo muebles para una cocina nueva puede convertirse en un tiempo realmente ‘productivo’ en términos amatorios. Sí, en la medida en que toda esa actividad, que puede ser ciertamente tediosa, sea asumida como una maravillosa ocasión de compartir la ilusión en construir el hogar más confortable dentro de nuestras posibilidades. Quieras o no, tienes que estar. ¿No es mejor así que refunfuñando? Eso también es amar.
¿Qué significa esta nadería que me ha molestado momentáneamente al lado de mi compromiso de querer al otro para siempre? ¿No es más fácil perdonar y relativizar algunas cosas desde esta perspectiva?
No descubrimos nada nuevo si apuntamos –y nunca está de más recordarlo aunque hay mucho escrito sobre el particular- que un tiempo mínimo de conversación personal, tranquila (libre y sincera, por supuesto) a diario se hace fundamental. Si no hay ocasión para abordar todos los asuntos pendientes a fondo, al menos sí podremos enumerarlos, priorizarlos y esbozar los planteamientos de cada cual. Algo siempre es más que nada. Y planta que no se riega se echa a perder.
Para quien así lo estime, es recomendable que parte de esa conversación no sea sólo entre los enamorados, sino de ambos con Dios.
Con independencia de si hay un componente religioso en la cosmovisión de los enamorados, podemos abordar que en el verdadero amor está presente la eternidad. O todo. Yo creo en una eternidad determinada, pero todos podemos coincidir en que el amor comprometido –el comprometido de verdad- tiene vocación de permanencia incluso más allá de la muerte, así sea mediante el recuerdo.
Y la eternidad es “muy larga” que diría un castizo. Tener presente esto puede resultar francamente útil a la hora de abordar momentos de dificultad. ¿Qué significan estar horas de enfado respecto a mi compromiso de amar al otro eternamente? ¿Puedo esperar un tiempo, con paciencia, para abordar este asunto? ¿Soy capaz de dejar tiempo al otro para que encuentre su momento para compartir ese “nudito” que se le atraviesa en el alma hace tiempo?
Del mismo modo ¿qué significa esta nadería que me ha molestado momentáneamente al lado de mi compromiso de querer al otro para siempre? ¿No es más fácil perdonar y relativizar algunas cosas desde esta perspectiva? La paciencia desde la perspectiva de la eternidad se hace mucho más llevadera e, incluso, placentera.
Llorar y reír juntos
Con frecuencia se oye decir a los enamorados que una de las cosas que más atraen del otro es que les hace reír. Y es que los efectos beneficiosos de la risa están sobradamente comprobados, pues desde el punto de vista bioquímico liberamos endorfinas, las famosas hormonas de la felicidad.
Más allá de esa sensación placentera, sabemos también que la risa es beneficiosa incluso para mejorar en la recuperación de una enfermedad. Ahí están los “doctores sonrisa” que siguen la estela de Patch Adams.
¡Y qué mejor que reír junto a la persona amada! Y no sólo porque esto haga de ‘contrapeso’ a las situaciones amargas que también compartimos con el otro, lo cual puede ser ya de por sí importante. Sino porque el humor es fundamental para una psique equilibrada. En especial para reírnos juntos de nuestras torpezas, nuestras manías o de situaciones tan comprometidas como pueden ser los primeros pasos de las relaciones sexuales, cuando aún falta la armonía deseada.
Mucho mejor, en todo caso, si este humor es inteligente y no vulgar.
“Yo cruzo ese río –de lágrimas- contigo. Del mismo modo que quiero tus sonrisas, elijo recoger tus lágrimas y hacerlas propias”
Llorar juntos también es importante en el amor. Como ya hemos dicho, aunque nunca sea suficiente repetirlo, el amor exige totalidad y eso incluye también compartir las tristezas, los desengaños, las tensiones, los agobios, las incomprensiones, las aspiraciones insatisfechas, los fracasos personales…
Llorar juntos supone decir al otro: tú dolor no es mi dolor, pero quiero que lo sea. No por sadismo, sino por compasión, una actitud muchas veces mal comprendida. No se trata de pasarle la mano por lomo al otro, como a un animal desvalido. Al menos no sólo. Se trata de expresar nuestra firme voluntad de compartir ese sentimiento, de analizar sus causas, de prever sus consecuencias y de poner, juntos, remedios. “Yo cruzo ese río –de lágrimas- contigo. Del mismo modo que quiero tus sonrisas, elijo recoger tus lágrimas y hacerlas propias”.
Sorpender(se)
En quinto lugar, consideramos que en el amor, es clave sorprenderse y sorprender. No en vano, la etapa primaria de enamoramiento supone en parte descubrir que el otro es una sorpresa para uno. Probablemente primero en un plano físico y después en un plano intelectual, emocional, moral y espiritual.
Pero demos un paso más allá. Al ser el amor un camino que si no se recorre a diario se llena de maleza, puede volverse monótono en ocasiones tanta repetición. Por eso es necesario alimentarlo y estimularlo en el otro y en uno mismo. Y hacerlo nuevo cada vez.
En los primeros años, resulta relativamente sencillo sorprender al otro con planes, propuestas, detalles especiales… Se expresa muy bien en la película ‘Esperando a Forrester’, cuando el anciano escritor le dice a su joven discípulo: “La llave del corazón de una mujer es un regalo inesperado en un momento inesperado”.
Pero no es menos cierto que con el tiempo, del mismo modo que nos van fallando la memoria y la agilidad iniciales, podemos caer en una rutina insana, alejada de un necesario “orden cíclico” que nos facilita la vida.
Si no somos conscientes de que hay que enamorarse cada día de la persona a la que se ha decidido amar llega a continuación esa cosa tan tonta –y tan falsa- de que “se nos acabó el amor”
Por tanto, conviene abordar este quinto pilar desde una doble perspectiva. Por un lado, haciendo que la inspiración para sorprender al otro nos pille trabajándonoslo. Eso pasa, en primer lugar, por estar atento, tener el radar activado para saber qué es lo que realmente agrada al otro… o no.
Porque se puede dar hasta la paradoja de que a alguien no le gusten las “sorpresas” y ¿entonces? ¿Cómo poner en juego esta clave del amor? Pues muy fácil: la sorpresa consiste en decirle por anticipado que has pensado algo especial. La sorpresa está en el anuncio, no en el momento.
En otro sentido, uno debe tener la capacidad de seguir sorprendiéndose del otro. De encontrar detalles, actitudes, conocimientos, sensibilidades en las que no habíamos reparado y que hacen también especial y única a la persona amada.
Lo que a uno le puede seducir en un comienzo puede no tener ese mismo efecto pasados los años. Está bien que así sea, pues las personas evolucionamos y, aunque en esencia somos el mismo ser antes de nacer, en la juventud o la madurez, cambiamos. Y si no somos conscientes de que hay que enamorarse cada día de la persona a la que se ha decidido amar llega a continuación esa cosa tan tonta –y tan falsa- de que “se nos acabó el amor”.
Así completamos el cuadro: Amar con libertad, que es compromiso permanente con el bien del otro. Amar con sinceridad, que nos permite un encuentro real con el otro. Amar todo el tiempo, hasta la eternidad, que nos ofrece una perspectiva que alimenta nuestra paciencia. Amar compartiendo la risa y el llanto, que en ocasiones se entremezclan.
Amar sin dejar de sorprender y de sorprendernos, para no decir “se nos acabó el amor”.
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