Cuenta Ira Byock, doctor en medicina, abogado, autor y defensor estadounidense de los cuidados paliativos, que, hace años, un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en una cultura. El estudiante esperaba que Mead hablara de anzuelos, ollas de barro o piedras de moler. Pero no. Mead dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua era un fémur que se había roto y luego sanado. Mead explicó que, en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a tomar agua o buscar comida. Eres carne de bestias que merodean. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se ha curado es evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el que se cayó, ha vendado la herida, le ha llevado a un lugar seguro y le ha ayudado a recuperarse. Mead dijo que ayudar a alguien en las dificultades es el punto donde comienza la civilización.
Tú eres mi salud, nuestra salud, tú eres mi vida, nuestra vida, y viceversa. Es una relación bidireccional que nos mantiene y nos sostiene, si media entre ambos el cuidado. El cuidado en todas sus formas, modos y expresiones. Cuidado que necesita tiempo y dedicación y presencia y mirada amorosa y compasión… El cuidado siempre y, especialmente, en momentos difíciles o adversos.
Ahí comienza la civilización y ahí sigue caminando cualquier sociedad. Y ahí, también, se ve el valor de la misma, especialmente, como hemos dicho, cuando las circunstancias no son favorables.
El cuidado del otro y el cuidado del entorno, del tapiz que habitamos, son fundamentales, urgentes e irrenunciables hoy, para poder seguir como civilización que surgió a partir del tiempo dedicado a un fémur.
En tiempos de crisis el cuidar del otro es la única salvación para la sociedad. Podríamos preguntarnos: y nosotros, ¿a quién o a quiénes hemos dedicado tiempo, emoción y energía “para curar su fémur”? ¿a quién o a quiénes hemos cuidado?
Como todo lo que tiene que ver con el mundo emocional, nada de esto se enseña, al modo en que se hace con un contenido intelectual. Todo lo emocional se transmite. Se vive para, después, revivirlo. Se tiene experiencia de ello para, desde ahí, experimentarlo con el otro.
Sandra Myrna Díaz es una bióloga argentina que investiga en el área de la ecología vegetal y la biodiversidad y está especializa en el estudio del impacto del cambio ambiental global. Al recoger el Premio Princesa de Asturias, en otoño del año 2019, hablaba del tapiz de la vida. Fue premonitoria y anticipó muchas cosas:
“Si demasiadas hebras se estropean en un sitio del tapiz, inevitablemente se producen rajaduras y agujeros en otros sitios del tejido. Siempre estamos a tiempo de retejer este tapiz y de reentretejernos en él. Cada hebra es muy frágil, pero el tapiz en su conjunto tiene la robustez de los muchos, una robustez hecha de innumerables fragilidades entretejidas”.
Tejer, retejer y entretejer hilos, hoy, para seguir construyendo este hermoso tapiz, para que su motivo decorativo sea armónico y bello, para que sea fuerte y resistente.
El cuidado del otro y el cuidado del entorno, del tapiz que habitamos, son fundamentales, urgentes e irrenunciables hoy, para poder seguir como civilización que surgió a partir del tiempo dedicado a un fémur.
PUBLICADO EN RELIGIÓN Y ESCUELA
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