“La comunicación de ideas y valores afecta convicciones y comportamientos que no cambian de la noche a la mañana y tienen tiempos largos de maduración intelectual y existencial”
Estas palabras pertenecen a la Lección inaugural del Año Académico de la Universidad de Los Andes (Chile), sobre la comunicación de ideas y valores en una sociedad pluralista, a cargo de Juan Manuel Mora, Vicerrector de Comunicación Institucional de la Universidad de Navarra.
A continuación presentamos un resumen de dicha lección inaugural:
Hay una percepción de la creciente importancia de la comunicación pública, esa que se produce en el escenario de los viejos y nuevos medios, y que se sustancia en una opinión pública de ámbito local, nacional o internacional. En el planeta interconectado que habitamos tiene lugar una gran conversación en la que participan ciudadanos e instituciones, y en la que se crean tendencias y opiniones compartidas. (…)
Ese mundo de la comunicación pública es una realidad compleja, como un mar proceloso, lleno de peligros. Junto a la frivolidad y ligereza aparentemente inocuas que muchas veces lo caracteriza, se producen crisis de gran dureza, donde entran en conflicto ideas y valores que ocupan un lugar principal en nuestras convicciones más íntimas. Asistimos todos los días a debates sobre la vida, la familia, la educación, la economía, las costumbres, la religión, la política y sobre todos los temas que más nos interesan y nos afectan.
Con esas percepciones como fondo, intentaré responder brevemente a esta pregunta: ¿es posible comunicar ideas y valores en una sociedad pluralista, global, relativista y compleja? ¿Es posible no ya transmitir esas ideas y valores, sino argumentarlos de forma que posean alguna capacidad de convicción?
En mi opinión, la comunicación de ideas y valores tiene dos requisitos. Para comunicar bien es necesario tener claros los mensajes que deseamos difundir y es preciso también tener claras las reglas de la comunicación. Así como existen leyes de la economía o de la construcción que se aplican de forma universal, de modo análogo existen reglas de la comunicación pública, que se aplican independientemente de la validez intrínseca de los mensajes que deseo transmitir.
A lo largo de esta exposición les propondré nueve principios de la actividad de comunicación. Tres se refieren al mensaje que se quiere difundir; tres a la persona que comunica; y tres al modo de transmitir ese mensaje en la opinión pública.
Veamos primero los que se refieren al mensaje: En primer lugar, el mensaje ha de ser positivo. Somos propensos a seguir las banderas que levantan las personas que desean promover proyectos, personas que hacen realidad el conocido principio: es mejor encender una lumbre que maldecir la oscuridad.
(…) En segundo lugar, el mensaje ha de ser relevante. La comunicación no es sobre todo lo que yo digo, sino lo que el otro entiende. Y los procesos de difusión de ideas se producen en un mundo saturado de información, de propuestas políticas (vótame) y de ofertas comerciales (cómprame). Los ciudadanos son como esos pobres conductores que sufren los atascos de las grandes ciudades, aturdidos por el ruido ensordecedor de las bocinas. En esa atmósfera saturada tiene que abrirse paso nuestro mensaje, no a base de ruido sino a base de sentido.
En tercer lugar, el mensaje ha de ser claro. La claridad es necesaria siempre, pero de modo particular cuando se trata de difundir cuestiones complejas. Es una cualidad relevante, por ejemplo, en el trabajo de divulgación que se realiza desde una universidad. Implica transformar el conocimiento erudito, el fruto de años de investigación en un idioma comprensible. La comunicación no es compatible con la oscuridad del lenguaje: hay que buscar palabras sencillas y claras, aun sabiendo que no se trata de transmitir de modo banal argumentos difíciles. De ahí el valor de la retórica, la literatura, las metáforas, las imágenes, los símbolos, para transmitir ideas y valores.
Pasamos al segundo grupo de principios de la comunicación, que se refieren a la persona que comunica: En primer lugar, la comunicación se basa en la credibilidad. Para que un destinatario acepte un mensaje, la persona o la organización, que lo propone ha de ser creíble. La credibilidad se merece cuando se dice la verdad y se actúa con integridad. Por el contrario, la mentira y la incoherencia anulan en su base el proceso de comunicación. Podemos afirmar de la credibilidad lo que se dice de la reputación: cuesta años construirla y se puede perder en pocos minutos.
En segundo lugar, se requiere empatía. La comunicación es en el fondo una relación que se establece entre personas. No estamos ante mecanismos automáticos y anónimos de difusión de ideas que se producen en un ambiente aséptico. Intervienen personas, cada una con sus puntos de vista, sus circunstancias y sus sentimientos. De nuevo aparece la importancia de escuchar y de hacerse cargo de las preguntas del otro. Cuando se habla de modo frío, se amplía la distancia que separa del interlocutor. Dice una escritora africana que una persona llega a su madurez cuando toma conciencia de su capacidad de “herir” a los demás y cuando obra en consecuencia.
Nuestro mundo está superpoblado de corazones rotos y de inteligencias perplejas. Las propuestas de valores no pueden ser agresivas ni arrogantes. Es preciso aproximarse con delicadeza al dolor físico y al dolor moral. Empatía no significa renunciar a las propias convicciones, sino ponerse en el lugar del otro. En la sociedad de la comunicación, convencen las propuestas llenas de sentido y llenas de humanidad.
En tercer lugar, se requiere cortesía. No sé qué sucede aquí, pero en muchos países, los debates que tienen lugar en los medios de comunicación están plagados de insultos personales y las descalificaciones mutuas. En ese ambiente, quien tiene convicciones firmes puede caer en la tentación de defender su postura de forma radical, como hacen muchos otros. Aun a riesgo de parecer ingenuo, pienso que hay que desmarcarse de este planteamiento.
Si uno se expresa de forma violenta, el espectador sacará sus conclusiones. La verdad no se lleva bien con la agresividad. La claridad no es incompatible con la amabilidad. La cortesía ayuda a eludir la trampa de la violencia verbal. Cuestión distinta es el derecho a contradecir ideas con serenidad, de modo firme.
Pasemos al tercer y último grupo de requisitos de la comunicación, que están relacionados con el modo de comunicar: El primero es el profesionalismo. Se corre el riesgo de que las discusiones acerca de ideas, valores y opiniones se planteen como “guerras de religión”.
El profesionalismo lleva a respetar la metodología, los argumentos y la terminología propios de cada tema de debate. Por lo que se refiere a la comunicación, el profesionalismo lleva a respetar —en la medida de lo posible— los tiempos y otros requisitos. Un artículo de opinión tiene que llegar el día en que el tema resulta oportuno, antes de la hora de cierre, y con la extensión apropiada. En estos detalles formales y en otros más de fondo se expresa el profesionalismo.
El segundo es la transversalidad. Mencionamos ahora la importancia de la transversalidad en los debates influidos por motivaciones políticas. En algunas ocasiones, los debates sobre valores están muy ligados a las discusiones políticas. De manera que se adoptan posiciones rígidas, casi irreconciliables: se pasa de la dialógica a la dialéctica. Por eso, quienes proponen valores como la vida que, por ser concordes a la naturaleza humana, son potencialmente universales, han de intentar eludir esos condicionantes, han de sortear el peligro de que la propuesta sea rechazada de antemano no por su debilidad racional objetiva, sino por posicionamientos políticos tomados a priori.
Y el tercero es la gradualidad. Las ideas dominantes y las tendencias sociales tienen una vida compleja: nacen, crecen, se desarrollan, cambian y mueren siguiendo unos procesos difíciles de conocer e interpretar. La comunicación de ideas tiene mucho que ver con el “cultivo”: sembrar, regar, podar, limpiar, esperar, antes de cosechar. Es más parecida al cultivo de un jardín que a la construcción de un edificio.
La comunicación de ideas y valores afecta a convicciones y comportamientos, que no cambian de la noche a la mañana y tienen tiempos largos de maduración intelectual y existencial. Lo contrario del principio de la gradualidad es la prisa y el cortoplacismo que llevan a la impaciencia y muchas veces también al desánimo, porque es imposible lograr grandes objetivos en plazos cortos.
Estos son los nueve principios que deseaba repasar con ustedes. Pienso que, en estas condiciones —con mensajes positivos, relevantes y claros; transmitidos por personas creíbles, empáticas y amables; de forma profesional, transversal y gradual— la comunicación de ideas y valores alcanza buenos resultados. Y pienso también que las mejores ideas merecen la mejor comunicación. En tiempos de crisis y en tiempos de normalidad.
Podríamos añadir un décimo requisito: la brevedad, auténtica regla de oro de la comunicación. Decía Shakespeare que la brevedad es el alma del ingenio. Parafraseándolo, cabe decir que la brevedad es el alma de la comunicación. Siendo breves, se nos perdona más fácilmente la ausencia de alguno de los nueve requisitos mencionados.
Fuente (Consultada el 16.4.11) con el texto completo:
http://www.almudi.org/Noticias/tabid/474/ID/208/Claves-para-la-comunicacion-de-ideas-y-valores.aspx
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