Hace una semana apenas quedábamos todos consternados por la noticia de la muerte de una niña de cinco años debido al “error” de una madre del colegio donde ella asistía. Dos niñas más quedaban heridas.
Sin ser mi hija y sin conocerla, no se me iba de la cabeza lo que habría hecho esta mujer para no poder controlar su vehículo, pero las cosas pasan y ya no tienen solución. Mientras no conseguía apartar los pensamientos acusatorios hacia esta otra madre también del colegio, todo se iba centrando en otra línea: la que hace brillar el corazón de algunos seres humanos excepcionales…y tengo que reconocer que me sentí ruin, muy ruin.
Las redes seguían informando sobre los acontecimientos, y creo que a todos nos descolocó el abrazo de María a María, como el título del poema que escribía otra madre del colegio. Una bonita forma de acercarnos a lo que de forma sobrenatural estaba pasando. Y, todos los que confiamos en Dios, sabemos que Él no da puntada sin hilo.
Un abrazo así, un perdón así, tan inmediato y espontáneo, sin meditación o reflexión que dirija las obras o las palabras, y aunque no se entienda nada, solo puede salir cuando se tiene un corazón puro, capaz de amar en la “gran adversidad” y, “a pesar”, del profundo dolor. Es un corazón confiado ciegamente en su Dios, al que acababa de entregar a su hija.
Pero ese Dios no es solo suyo, es el de todos, también es el de la madre que causó el dolor, y en el que esa madre encontrará el perdón aunque ella no se pueda perdonar. Solo en ese abandonarse puede otorgarse ese perdón verdadero y paz interior. Solo en ese abandonarse se puede hacer las obras más grandes a la vez que insignificantes, sin grandes focos, luces, ni protagonismos o egos. Solo en ese abandonarse se puede encontrar la paz del perdón. Somos seres imperfectos, y es precisamente en la sencillez donde se hacen los mayores actos heroicos, los más difíciles y sin sentido, a la lógica del mundo, pero que son los que dan más testimonio y causan profunda admiración.
Varios medios publican hoy la carta de agradecimiento que escriben los padres de Mariquilla, ambos, porque esto es de la familia. No hay reivindicaciones, solo dan las gracias por tanta oración y muestras de cariño, y especialmente dan testimonio de una gran e inquebrantable “Fe” en “Dios”. Pero Fe con mayúsculas, y en Dios. Ni el universo, ni las energías, ni en uno mismo, porque somos frágiles, muy frágiles.
Aunque nos toque vivir momentos complicados de postcristianismo, como algunos dicen, aunque el hombre quiera sacar a Dios del mundo y crea que no le hace falta para nada, siempre pasa algo que nos recuerda que no estamos solos. Que hay un Dios Creador que nos hizo a su imagen y semejanza, que nos acompaña, que nos sostiene y que nos empuja a hacer obras maravillosas, e incluso a perdonar como Él perdona. Que da fuerzas para ello. Nos cuesta reconocer que si le tuviéramos más presente, el mundo, sin duda, sería un poco mejor.
El año pasado nos sorprendía el testimonio de Teresita en su enfermedad, nos sigue sorprendiendo la sonrisa de Pedrito, el testimonio hasta que le beatificaron de Carlo Acutis, y en estos días la muerte contradictoria de la pequeña mariquilla y su gran familia.
…Otra vez una María nos ha ensenado a abrazar la cruz y a otra María.
De María a María Tarde fría de noviembre se paró el tiempo en dos segundos y sonaron las sirenas. Instante que rompe la vida en mil pedazos, lo que se tarda en ser y no estar, paso entre el antes y el después. Voló la noticia estremeciendo a compañeras, amigas, profesoras, familias enteras, a toda una comunidad que no estaba preparada para el zarpazo de la vida. Y en todos brotó la oración, el pensamiento directo hacia vosotros, de consuelo, de amor. Cuatro familias rotas y unidas para siempre. Pregunté por ti y me dijeron que estabas serena, abrazada a tu pequeña, dándole besos, y cubriéndola de amor doliente. Y tu imagen me llevó a la cruz, a María abrazando a un Cristo descendido, al dolor infinito y desgarrador de una madre acunando a su hijo, que ya goza del Padre. Te veo a ti, María, madre, entregando a esa Virgen María, – madre y María también -, lo más preciado de tu vida; de madre a Madre, de tus brazos a los suyos. Profundo acto de fe, encarnación del dolor de la Virgen en el tuyo propio, en una acera teñida en rojo, en una tarde de otoño. Y pienso que has sido elegida, aunque ahora no lo veas, aunque el desgarro de tu alma sea infinito. Pero no es casual la escena, de María a María, de madre a Madre, abrazando a tu hija igual que Ella lo abrazó en la cruz, aceptando el sacrificio más intenso, entregada a la voluntad del Padre.
Sofía Cagigal de Gregorio 5 de noviembre de 2021
…y ciertamente esa imagen no es casual.
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