Todos sabemos que el anhelo del hombres es la felicidad, no solo porque nos lo diga Sócrates, sino porque es lo que todos deseamos en nuestro interior y buscamos desesperadamente, a veces por buenos caminos y otras, por rutas complicadas. Pero equivocados o no en la forma de buscarla, aspiramos a ella.
Buscamos o deseamos un trabajo donde realizarnos, una casa con las comodidades que nos parecen mejores, un vestido o y pantalón con el que nos veamos guapos, …y una persona que nos quiera o a la que amar.
Sin embargo, la educación ideológica que satura la inmensa mayoría de información digital, y no me refiero a la que corresponde a la realidad, sino a la que nos imponen, transmite que se puede ser feliz tanto cambiando de “relaciones” de forma constante, como trivializando y cambiando el significado a la palabra amor, cambiando el dar por el egoísmo, el tú por el yo que, sometido a sentimientos o simples deseos, separa las dimensiones del hombre aislando su propio cuerpo, como si fuéramos partes independientes de un todo. Aprovechar el momento y dejarse llevar por los deseos nos convierte en otro ser de la Creación, pero no es la forma de amar que Dios pensó para nosotros.
Pero lo dañino o perjudicial nunca debería normalizarse o aceptarse como bueno, así, en el mundo que nos ha tocado vivir, con los nuevos riesgos y problemas que surgen, la infancia debería estar hiperprotegida. Paradójicamente, y aunque se nos llene la boca de derechos, ocurre todo lo contrario, y pese a pensar que el ser humano avanza y es cada vez más civilizado, estamos cada vez menos protegidos. Se multiplican los deseos, que a la vez se convierten en aspiraciones alcanzables, solo por el hecho de desearlos, e incluso por este hecho, se convierten también en legítimos, anulando la aspiración a la libertad y autocontrol que caracteriza al ser humano, y nos diferencia el resto de los habitantes de este planeta.
Michel Houellebecq, en su obra «Sumisión», supo narrar (aunque a mi me resultó de narración desagradable), la realidad y el futuro de estas personas que consumen sexo, reduciendo su propia capacidad de amar de verdad y ser libres, al tiempo que utilizan a otras personas para ello. La conclusión del libro eran vidas sin esperanza.
¿Qué traen estas relaciones? En principio hastío, al eliminar el amor, el hombre, que desea la felicidad, nacido para amar y ser amado, no encontrará la ansiada felicidad en el uso de un cuerpo, sea el suyo o el de la otra persona, y por consiguiente, ante relaciones sin compromiso, el deseo de hijos, consecuencia de las relaciones sexuales, queda también fuera de la ecuación.
La eliminación de los hijos es un tema que afecta a la sociedad porque es la continuidad social, la vida y esperanza, además de la garantía de un estado de bienestar sostenido por los trabajadores. Si no hay jóvenes, no hay trabajadores y en el caso de sociedades envejecidas como la nuestra, con una pirámide poblacional invertida, las pensiones parecen difícilmente sostenibles.
¿Qué lleva a la juventud a pensar así? Esto no es una crítica a la juventud como si fueran los únicos culpables, en realidad la juventud es víctima de una imposición, de las ideas qde otros, por ello cuando descubre la Verdad se revela.
Según un artículo de El Mundo, parece que las mujeres (y sus parejas) no tienen menos deseo de tener hijos, sino que el problema de la falta de nacimientos es que consideran que no cuentan con los recursos suficientes (yo más bien creo que las que les gustaría tener) para tenerlos: dinero, tiempo y esfuerzo. Pero el artículo, o los entrevistados, olvidan el primer ingrediente: el amor, el amor fructífero que se expande y sale hacia la sociedad, y que son los hijos precisamente, una de las formas en que este amor generoso se da.
Tengo que decir que este deseo no es nuevo, y que las encuesta realizada en 1998 por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), ya apuntaban a lo mismo, es decir, los españoles ya reconocían entonces que tenían menos hijos de los que deseaban, siendo ya la tasa media de natalidad de 1,2 hijos por mujer en edad fértil.
¿Qué lleva a las personas a no tener hijos cuando son conscientes de la riqueza que encierra el don de la maternidad, en un país en el que el 78% de la población defendía el matrimonio, y como consecuencia la descendencia, como una institución muy importante?
Covadonga O´Shea hacía esta pregunta hace 25 años (La armonía vital, Ediciones Temas de hoy), y las razones que salían a la luz son las mismas que se siguen denunciando ahora. Para el 80% de los encuestados había un problema económico, a la vez que la ausencia de medidas políticas que ayudaran a la familia, incluidas las políticas de conciliación. España era y sigue siendo uno de los países de Europa donde es más difícil conciliar pese al impacto que a tenido después de la pandemia el teletrabajo, y su libro sigue siendo tan actual como si se hubiera escrito ahora.
Los hijos son fruto del amor entre un hombre y una mujer, así, la decepción ante el artículo continuó en la lectura del primer párrafo, que comienza diciendo que, y cito textualmente: “¿Acaso existe mayor poder individual legítimo que el de decidir si traer un hijo al mundo o no? y, en caso afirmativo, ¿cuándo hacerlo? Desde hace solo algunos decenios, millones de mujeres pueden ejercer ese poder en las sociedades económicamente más…” y no pude leer más porque es de pago. Pero con eso fue suficiente para no querer seguir leyendo.
¿Desde cuándo un hijo es un deseo individual? ¿deseo legítimo? …¿qué lo legitima?¿qué se pretende dando ese poder solo a la mujer cómo celebra el artículo? ¿es un derecho tener un hijo? ¿de quién es el derecho? ¿en qué consiste ese poder…en el derecho a matar a un hijo que también es de la otra persona? Quizás estas preguntas respondan al deseo del ser humano de jugar a ser Dios, de controlar la vida, y el supuesto derecho sobre ella. Pero es cuando nos reconocemos como hijos de Dios, hechos por amor a su imagen y semejanza, es cuando vemos la enorme dignidad de ser creados así. Y de esta forma, al ser creados por amor, deberíamos ser conscientes también del valor de los hijos como resultado de la entrega total de la pareja, de un acto pleno de amor, porque es ahí donde nos asemejamos a Dios.
Pero no todo el mundo piensa igual, sin embargo, la edición del 2022 de la encuesta de la Encuesta Social General (GSS), el barómetro social más importante de Estados Unidos, revela que el matrimonio y la familia están fuertemente asociados con la felicidad. Entonces ¿por qué se hace hoy día se ataca tanto a la familia? ¿por qué el interés en eliminar esta felicidad?
Datos de mujeres y su grado de felicidad respecto al matrimonio y a los hijos.
Continuando con Sócrates, vemos cómo para el filósofo hay una estrecha relación entre el saber, la virtud y la felicidad, ya que es el conocimiento del bien el que nos conduce a la práctica de la virtud, cuya práctica nos hace ser más felices. Vamos entonces a ver datos…
«La familia es lo que permite a las personas encontrar la plenitud, gracias al amor y la libertad que otorgan» Chesterton.
El citado estudio nos muestra que los mayores índices de felicidad para las mujeres, están relacionados con el matrimonio y la maternidad, reconociéndose el 40% de las mujeres entre 18 y 55 años como “muy felices”.
Pero esto no es diferente para los hombres, ya que para la misma franja de edad, los padres casados se reconocen “muy felices”, seguidos en un 30% por los hombres casados que no tienen hijos, siendo los hombres solteros con o sin hijos los menos felices.
Estos resultado son parecidos a otras estudios realizados por la Universidad de Chicago, que también concluyen que, tanto para hombres como para mujeres, el matrimonio es un elemento fundamental en la felicidad de las personas, ya que es el más reconocido sobre otros factores que también influyen como los ingresos, los logros educativos, o la geografía entre otros, siendo la vocación matrimonial la única que podría romper esa brecha como pone de manifiesto el psicólogo social Jean Twenge.
El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer que se comprometen a amarse y respetarse hasta que la muerte les separe, eso exige reciprocidad, renuncia y entrega total de la persona, fidelidad, en resumen, todo lo que implica amar de verdad. Características que no están de moda y se machacan con la saturación de otras imágenes que se muestran como idílicas.
Pero, si el matrimonio y la familia es lo mejor que le pasa a la mayoría de las personas ¿por qué ese empeño en destruirla? ¿por qué es empeño en fomentar conductas que alejan de la aspiración a formar una familia?
Necesitamos proclamar la belleza del amor total y el valor de la familia para contrarrestar la presión ideológica a los jóvenes, y que no se contenten con justificarse en las pocos apoyos que tienen, no es que sea mentira, pero es cierto que en otros momentos fue peor. María Menéndez Zubillaga, presidenta de la Asociación de Familias Numerosas de Madrid, además de alertar sobre las consecuencias de la caída demográfica, sabe que tener hijos es lo mejor que pueda pasar a una familia ya sean adoptivos o biológicos… «los hijos son lo mejor que nos pasa en la vida a los padres, ya sean hijos biológicos o adoptivos. Un hijo no es una carga, es lo mejor y el planeta no se estropea por tener hijos. Al revés, los hijos cuidan el planeta”.
Por su parte, Mariano Martínez-Aedo, presidente del Instituto de Política Familiar, nos recuerda, porque hace falta recordarlo, que la familia es el pilar básico de la sociedad, los cimientos, ya que sin familia no hay futuro y sin hijos apenas habrá esperanza para un país abocado a la quiebra del Estado de Bienestar.
«Si la humanidad no se hubiera organizado en familias, no habría podido organizarse en naciones», Chesterton
No estamos solos, vivimos en una red social formada por personas, y cada una de ellas con una dignidad especial que nos confiere ser hijos de Dios, educar a los hijos en la sensibilidad a esto que somos todos y cada uno de nosotros se hace de forma especial en la familia. Una familia que comparte la mesa, y cuyos miembros hablan de todo tipo de cosas, como dice Mariolina Ceriotti, hace cultura y prepara a sus hijos para que usen la cabeza para «pensar».
…Si vivimos la familia, y respiramos su valor, aunque cometamos errores, su defensa habrá merecido la pena.
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