El amor es el sentimiento más reivindicado, aunque es mucho más que un sentimiento ya que en nombre del amor se hacen las mayores hazañas o locuras, y también las mayores tonterías. Pero hablar del amor de verdad, del que reúne todos los requisitos para ser auténtico es ya otra cantar.
… y es precisamente en “El cantar de los cantares” donde encontramos al amor, el Amor con mayúsculas, el que ya inspiraba en su aspiración más pura un libro del Antiguo Testamento, porque el amor es antiguo.
Aunque no se sabe muy bien quien fue el autor del escrito o cántico definitivo, si parece que el primer libro tenía una conexión con el Rey Salomón, y si bien parece representar un apasionado amor humano entre un hombre y una mujer, los expertos dicen que es quizás la representación más gráfica del amor de Dios al hombre, su creación.
Y es el amor el que siempre ha perseguido al hombre, o quizás el hombre al amor, porque ¿cuál es el origen del amor? El amor fue el que cuidó hace casi medio millón de años a la pequeña Benjamina encontrada en el yacimiento de Atapuerca, llamada así por ser “la más querida”. Fue el amor de la tribu o de alguien de la tribu, de su madre seguramente, el que hizo que pudiera vivir hasta los 10 años a pesar de sus problemas, contradiciendo a la supervivencia del más fuerte, y descubriendo que el amor ha sido, desde el principio, el compañero del hombre.
El amor es tan viejo como los clásicos nos cuentan, ya ellos se esforzaron en darle una explicación como argumentaba Fedro en El Banquete de Platón…”el amor es un dios, y un dios muy viejo puesto que ni los prosistas, ni los poetas, han podido nombrar a su padre ni a su madre…es el dios que hace más bienes a los hombres, porque no consiente la cobardía a los amantes y les inspira la abnegación, concluyendo su discurso diciendo que, “de todos los dioses, el amor es el más antiguo, el más augusto y el más capaz de hacer al hombre virtuoso y feliz durante la vida y después de la muerte”.
Así el amor ha estado con el hombre desde siempre, luego no es tan disparatado creer que fuimos creados por amor. El amor del Amor de los amores. Pero el amor de Dios no es un amor etéreo, sino que es real, como nosotros. Dice el Génesis que nos creo a su imagen y semejanza, así, el Amor es el origen del mundo, y si creemos y experimentamos firmemente que Dios es Amor, al ser su imagen, podríamos amar casi como Dios a pesar de nuestras imperfecciones. Ese es el reto del hombre, llegar a amar como Dios nos amó, porque Él nos amó primero.
“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…” (Gen.1,26)
Vivimos un momento en el que parece que buscar la excelencia es casi un pecado, o tener un propósito de vida elevado es ser friki, que hay que pedir perdón por ser coherente o responsable, por buscar el amor verdadero, o por aspirar a darlo, pero Jesús nos animaba a “ser perfectos como nuestro padre Celestial es perfecto”…amando sin límites y dando la vida, la de las cosas pequeñas, o grandes, que tanto nos cuestan a diario, a mirar por encima del ombligo que tanto nos recrea en el “yo”. Ya Aristóteles nos decía que «amar significa desear al otro todo lo que considera bueno, pero no en beneficio de uno mismo, sino del otro”.
El “Cantar de los cantares” nos revela el galanteo amoroso plasmado materialmente en la música de las palabras, los aromas y los elogios, el arte de seducir y la voluntad de agradar con que el ser humano ha expresado, a lo largo de los siglos, la relación íntima entre el hombre y la mujer, pero también, como decían los místicos San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, o los poetas como fray Luis de León, es el puente entre el alma y su Amado, la psique y el Espíritu, la esposa y el Esposo. El Cantar de los Cantares es mucho más que poesía. Como se desvela en la traducción y notas de Mario Satz, en este maravillosos Cantar “están las huellas fonéticas de un diálogo entre el finito corazón del hombre y el polifónico latido de la tierra, sus especies y paisajes; la urgencia de desear y la decepción de perder; el goce de vivir, la delicia de compartir y, por último, la corroboración de que, como querían los griegos, el amor es un dios, y como supieron judíos y cristianos, Dios es amor, la fuerza que hace danzar el remolino en el agua y el helicoide en las galaxias. La más honda y tal vez la más compleja de las leyes”.
Santa Teresa de Jesús, apasionada por el amor a Cristo nos recordaba en sus escritos, especialmente en Las Moradas, la importancia de amar la humanidad de Jesús, porque el amor se hace tangible, transforma y transforma nuestras acciones cuando lo descubres, y sus experiencias místicas fueron fiel reflejo de esa unión que transmiten los textos del Cantar de los cantares.
Pero fue más tarde, nuestro querido Juan Pablo II quien rescató la importancia de amar el amor humano, regalándonos la Teología del cuerpo como respuesta a las preguntas que le planteaban los jóvenes y “eran no tanto cuestiones sobre la existencia de Dios, cómo preguntas concretas sobre cómo vivir, sobre el modo de afrontar y resolver los problemas del amor y del matrimonio»: ¿Qué es el amor? ¿Qué relación hay entre afectividad y sexualidad? ¿La castidad es una virtud positiva o un comportamiento represivo? ¿Qué es el pudor? ¿Tienen sentido las relaciones sexuales antes del matrimonio?
¿Por qué renunciar entonces al amor verdadero? Esta aspiración no es solo el motivo de una película, sino el sentido de la vida último de todo ser humano: nacemos para amar y ser amados.
“Cantemos al amor de los amores…” es el estribillo de una canción que suele repetirse en la procesión del día del Corpus Christie, termina junio y con él, el mes del Sagrado Corazón de Jesús, el mes del Amor de los amores…sabiendo que el Amor no se acaba nunca, no ha hecho más que empezar.
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