Desde que estalló la pandemia la digitalización ha ganado preeminencia a pasos agigantados. Teletrabajo, comida a casa y compras en plataformas varias que ofrecen desde zapatos hasta maquinillas de afeitar proliferan como hongos. Yo misma he encargado un tinte de pelo y varios libros. Me he quedado con los libros y he devuelto el tinte de pelo porque no coincidía con el pedido.
Lo que me sorprende es comprobar el auge de las páginas de citas y las redes para encontrar pareja. El testimonio de varias conocidas fue lo que me convenció para apuntarme a dos de ellas y ver qué se estaba cociendo.
El caso es que aguanté suscrita menos de cuarenta y ocho horas. Una de las redes era gratuita, la otra de pago (cosa que no hice) En ambas me solicitaron fotografías y una reducción a tres frases de mi vida hasta el momento. Algo así como un epitafio. En la red gratuita, por lo visto, lo que los usuarios buscaban eran relaciones casuales. De este matiz no te informan, pero según me comentaron luego “la gente” lo sabe. En la plataforma supuestamente “exclusiva” te aseguran que los miembros han pasado un filtro para entrar, de modo que se garantiza un perfil económicamente boyante. Una red más acorde con los tiempos del amor mercantil que está dispuesto a dar, pero solo a cambio de recibir ya que, para él, dar sin recibir significa una estafa.
De súbito, me vi expuesta junto a otras tantas y me sentí como un par de zapatos en un mostrador. Se lo comenté a mi madre, que está al cabo de la calle de todas las movidas actuales antes de que lo sean y me contestó con un escueto “claro, es que estás en el mercado”
Pronto me llegaron varias propuestas variadas en cuanto a colores, sabores y epitafios. He aquí que me sorprendí analizando dientes, pelos y hasta los calcetines, como quien elige un objeto de consumo. De igual manera estarían ellos comparando entre mis fotos y las de otras interfectas en el menú del día, pensé, y no fue nada reconfortante.
Me pregunto qué desesperación nos lleva a comprometernos con la causa despiadada del consumismo llevado a lo humano, a usar sus instrumentos y a alejarnos de lo que en esencia somos y precisamos.
Soy consciente de que estas plataformas han reunido en alguna ocasión a parejas que a día de hoy funcionan y me alegro mucho por ellos, pero me parece, que algunas mentes avezadas han decidido sacarle jugo al negocio del “amor” y para colmo de colmos, no se contentan con recopilar datos y cobrar publicidad, sino que establecen cuotas a los candidatos barnizando la cosa y dejando claro que en el menú no hay facinerosos.
He escuchado que la falta de tiempo es el motivo para usar estas aplicaciones. La soledad. La eficacia. No me convence.
Entiendo que el tiempo sea escaso, motivo por el que compramos en grandes almacenes y estamos arruinando al pequeño comercio. Entiendo que viajemos fugazmente y debamos asegurarnos la comodidad alojándonos en estructuras que no distan ni un ápice de un país a otro. Incluso entiendo que gran parte del tiempo veamos crecer a nuestros hijos a través de cámaras desde la oficina. Pero me parece feroz que nos prestemos a salir en un catálogo y esperar que luego se nos ame por lo que somos o que no se nos devuelva como hice yo con la caja de tinte.
Me pregunto qué desesperación nos lleva a comprometernos con la causa despiadada del consumismo llevado a lo humano, a usar sus instrumentos y a alejarnos de lo que en esencia somos y precisamos.
Decía Marguerite Duras (mujer liberada donde las haya) en su novela El Amante “Ese fallar de las mujeres a sí mismas ejercido por ellas mismas siempre lo he considerado un error. No se trata de atraer al deseo. Estaba en quien lo provocaba o no existía”
Considero, como Fromm, que el principio del capitalismo es en gran parte, incompatible con el principio del amor, que éste es un fenómeno marginal en la sociedad occidental contemporánea y que ya que contamos con el libre albedrío (defensa principal de este tipo de redes) deberíamos ponerlo al servicio del amor como actitud ante la vida y no como mostrador listo para el consumo.
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