No es lo mismo ser prudente que astuto. Como tampoco es lo mismo dar siempre la razón para evitarse problemas, que callar esperando el momento oportuno para hablar. La prudencia se nos presenta como un valor indispensable en nuestra vida.
Saliendo de nuestras fronteras nos encontramos con ‘el caso del Príncipe Carlos’, pues la población británica se decanta más por el hijo que por el padre para ser el futuro Rey de Inglaterra. Esta situación exige un tremendo ejercicio de prudencia.
Según las últimas encuestas, los británicos prefieren más al Duque de Cambridge como Rey, antes que a su padre, el Príncipe de Gales, Carlos de Inglaterra, heredero legítimo. Es inimaginable la prudencia, por ambos lados y desde todos los ángulos de la Familia Real inglesa y, la clase política para salir airosos.
Ponerse en la piel del Príncipe Carlos se intuye que no será agradable. Ser el heredero legítimo y saber que la mayoría del pueblo no te quiere… lidia con ello. Y Guillermo, hijo de su padre… pero también de su madre, Lady Di, «la princesa del pueblo», resulta ser el preferido de los británicos.
La prudencia, tanto en este real caso británico, como en nuestra vida personal y social, es el salvavidas indispensable tanto para situaciones difíciles, como para el cotidiano vivir.
Este caso me invita a reflexionar sobre esta virtud cardinal, la cual: «Nos lleva a actuar de forma justa, adecuada y con moderación. Ella habita o más bien, ocupa parte de nuestra razón».
Es un intangible valiosísimo y sin embargo su presencia se refleja en cada uno de nosotros… o su ausencia. En cierto modo es empírica y palpable, curioso valor intangible.
«Perfil» de la prudencia y rasgos de la imprudencia
Ejerce un liderazgo sobre la conducta humana indiscutible. Ella es conciliadora, escrutadora, inteligente, armoniosa, serena, siempre tiende puentes, pacífica y a la vez, firme defensora del bien y enemiga del mal, por ello, la prudencia también puede aparecer en forma tajante y veraz.
Esta virtud nos rige en lo íntimo, pero también en lo social. Por eso es poderosa y necesaria.
Una persona prudente sabrá qué decir, escribir, o qué callar en el momento oportuno.
Quizás lo opuesto a la prudencia sea la llamada «corrección política» o «lo políticamente correcto» o «lo socialmente admitido». Se presentan disfrazadas de esta virtud.
También la necesidad de aceptación o de reconocimiento social pudiera ser un elemento que nos aleje de la prudencia, dejados llevar más por la pasión e impulsividad, que por juicios certeros.
Los imprudentes, por el contrario, juzgarán a los prudentes por sus ideas. Incapaces para dialogar, entender, comprender y ejercitar el debate desde la razón y la nobleza.
Palpamos que lo socialmente admitido no es precisamente lo prudente o lo oportuno, ni siquiera lo verdadero.
Una persona prudente puede ser tímida, también valiente y a la vez ponderada, porque sopesará pros y contras, riesgos; apasionada y reflexiva; expansiva, alegre o ecuánime; vivaz o comedida en su forma de expresarse.
Porque la prudencia no engaña, como las apariencias. Una trampa es pensar que en personas expresivas o expansivas no cabe la prudencia. No. De hecho la prudencia no se reconoce por cómo nos expresamos, sino en el qué expresamos, cuándo y el porqué.
Esta cualidad, valor y virtud se encarna en cualquier persona, y se adapta a cualquier temperamento, porque reside en la razón. La prudencia guía nuestros actos, palabras, gestos y silencios. Y por supuesto… la prudencia debería ser enseñada en casa y en la escuela.
El comportamiento prudente
Con los años la prudencia concede unas cualidades propias a la persona. Vendría a ser como el sabio de la tribu, quien preside la reunión y escucha, dirige y concede la palabra. Posee autoridad moral, precisamente por su prudencia reconocida por la tribu, y hablará cuando se lo pidan, no antes.
Los prudentes cuando hablan sentencian, porque su juicio se ajustará a la verdad, guste o no guste al resto de la tribu, comunidad, compañeros de trabajo, amigos o familiares.
La prudencia si se cultiva y trabaja aportará paciencia, reflexión, humor, chispa a las situaciones, empatía, argumentos, silencios oportunos y un sinfín de cualidades que enriquecerán la personalidad.
Cualidades de la persona prudente
El prudente se escucha a sí mismo antes que a los demás, pues sabe que «del corazón habla la boca». La persona prudente ejercita la mirada introspectiva e interior, no por egoísmo, sino por prudencia. Escuchará sus pensamientos y estado de ánimo por la mañana y encauzará o dominará lo negativo para actuar prudentemente.
Los prudentes conocen el arte del discernimiento, primero en su corazón para ordenar lo desordenado, frenar impulsos desenfrenados y reorientar juicios internos que si se llegan a expresar, pueden provocar conflictos innecesarios.
Enemigos de la prudencia
Particularmente la irreflexión y el atolondramiento, las prisas de hoy en día nos traicionan. Personalidades con demasiado apego a sus opiniones o juicios, con visión miope de la realidad y de las personas, desconocen esta virtud. La superficialidad por lo general será más que un enemigo, un impedimento.
El narcisismo, la estulticia, el juicio superficial residen en las antípodas de la prudencia.
El narcisista es aquel que se quiere demasiado a sí mismo y es rehén de su egoísmo. Podrá aparentar prudencia, pero en realidad, todo su comportamiento será un artificio medido, calculado para guardar las apariencias y quedar bien. Hacer poco ruido y transitar por la vida sin comprometerse con nada ni con nadie.
También el cansancio e incluso las hormonas si están alteradas, darán su particular batalla, más en las mujeres que en los hombres a la hora de actuar prudentemente.
La soledad mal llevada, la sensación de no ser querido, apreciado o comprendido, pudiera llevarnos en ocasiones a soltar imprudencias a personas inadecuadas. O a caer en el desahogo inoportuno que luego al recordarlo, avergüenza.
Maestros de la prudencia
Maestros, hombres y mujeres de la prudencia los hay incontables.
Sin embargo, hay personas poco cultivadas intelectualmente que albergan una sabiduría y prudencia admirables. Son aquellos que conocen y admiten sus límites y limitaciones personales, que se aferran a unos principios inquebrantables y así lo expresan.
Por ejemplo, personas llegadas a España de otros países más humildes, con poca educación intelectual, pero que sin embargo saben conducirse por la vida con una prudencia ejemplar.
Echamos mano de un prudente y sabio magnánimo, Benedicto XVI, quien nos abre al horizonte de esta gran virtud espiritual, valor humano y actitud vital. La prueba del algodón, podríamos decir es que la prudencia persigue a la verdad de todo y en todo y… ésta no admite ambigüedades.
«Aquí es necesario eliminar inmediatamente un malentendido. La prudencia es algo distinto de la astucia. Prudencia, según la tradición filosófica griega, es la primera de las virtudes cardinales; indica el primado de la verdad, que mediante la «prudencia» se convierte en criterio de nuestra actuación. La prudencia exige la razón humilde, disciplinada y vigilante, que no se deja ofuscar por prejuicios; no juzga según deseos y pasiones, sino que busca la verdad, también la verdad incómoda. Prudencia significa ponerse en busca de la verdad y actuar conforme a ella» (Benedicto XVI, 12 de septiembre de 2009)
Dos verdades y un heredero legítimo
Volviendo a Carlos y a Guillermo, la verdad es que uno solo es el legítimo heredero y salvo que muera antes que su madre,-la Reina Isabel II-, la prudencia indica que Carlos debería ser el Rey.
Sin embargo, este heredero es el primer divorciado y vuelto a casar con una divorciada, algo no permitido en la Casa de Windsor en un futuro rey, pero parece que ese tema quedó resuelto al casarse con Camila Parker.
Por otro lado, Inglaterra no tiene Constitución, sino que es el Parlamento quien autoriza o desautoriza cualquier aspecto de la Casa Real. Pero… el pueblo prefiere al nieto antes que al padre, la otra verdad.
Lo único claro es que la Reina Isabel no se pronunciará, porque… así lo dicta la prudencia.
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