Si no has leído la primera parte, te recomiendo echar un vistazo para no perder el hilo pinchando aquí. El mes pasado reflexionamos sobre el ocio y las vacaciones de la mano del filósofo Byul-Chul Han y dejamos sin desarrollar la satisfacción de dar a nuestro cerebro el placer de una inyección de endorfinas con buena compañía.
No podemos extrañarnos si durante el verano aparecen roces y situaciones difíciles debido a una convivencia ineludible. Quizás afloren ciertos sentimientos que hemos ido acallando durante el curso como puede ser la tristeza derivada de la pandemia, una incertidumbre laboral, falta de paz al no vivir acorde a mi proyecto vital, etc. No debemos asustarnos ya que somos personas vulnerables y estos conflictos son naturales y muy sanos. El problema viene cuando no los enfrentamos y lo pagamos con los demás.
A veces, notamos cómo nuestro enfado va aumentando progresivamente hasta estallar de manera irracional y encima nos quedamos peor que antes. Esto es más común de lo que nos creemos, y no es ni bueno ni malo, simplemente debemos canalizarlo y ver el trasfondo de esa reacción. Cuando llega el miedo, el dolor o el sufrimiento emocional la reacción natural del hombre es activarse para encontrar la forma más rápida de sobrevivir. No queremos sentirnos así y no nos paramos a pensar por qué me está ocurriendo eso. Llevados por esta situación transitoria de malestar podemos tomar decisiones de forma instintiva o básica, y lo que a priori nos parece más rápido e indoloro a largo plazo puede resultar más dañino aún.
Albert Einstein decía que el principal inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar salidas y soluciones. Cuántos problemas nos evitaríamos si procuráramos entender mejor lo que ocurre en nuestro interior y en el de los demás. Es algo que no nos enseñan en el colegio, una asignatura pendiente de la que depende en gran parte nuestra felicidad.
En el artículo anterior nos deteníamos en las inyecciones de endorfinas y serotoninas que recibe nuestro cerebro con una conversación enriquecedora y reveladora. Todos hemos sentido esa sensación que nos provoca un gran cambio emocional.
Vivimos en un mundo hiperconectado, pero también lleno de personas con un gran sentimiento de soledad, con hambre de ser escuchados y acogidos, con una alta necesidad de comprensión y cariño. Tal vez nosotros mismos nos sintamos identificados con esta sensación o, desconozcamos si nuestro marido, madre, cuñada, suegra o hijo se siente así. ¿No se te parte el corazón tan solo de imaginar que alguien a tu alrededor, alguien a quien quieres, le puede estar pasando esto ahora mismo?
Vivimos en un mundo hiperconectado, pero también lleno de personas con un gran sentimiento de soledad, con hambre de ser escuchados y acogidos, con una alta necesidad de comprensión y cariño.
La buena noticia es que solo hace falta tiempo y escucha, algo que tenemos de sobra durante las vacaciones. La solución es construir algo conjuntamente. Es una oportunidad para crecer y crear vínculos que nos unan a los que más queremos.
Ante este panorama nos podemos encontrar dos situaciones:
- Sentirnos así nosotros: lo primero es dejarse ayudar y pedir apoyo. Después de haber pasado un día muy malo, tenemos la necesidad de sacar toda esa tensión que hemos ido acumulando. Normalmente, le suele tocar a la persona con la que más confianza tenemos y encima nos enfadamos si no sabe interpretar nuestro sufrimiento. Muchas personas se marchitan viendo la vida pasar, mientras esperan. Esperan ser comprendidos. Primera cosa importante, los demás no nos van a querer como nosotros queremos si no se lo decimos. Esto solo nos llevará a un bucle de dramatismo mezclado con victimismo poco sano, que además nos alejará cada vez más de los demás. Cuando dejamos de intentar que nos interpreten e intentamos ayudar al otro a ponerse en nuestros zapatos suele ocurrir sorprendentemente que esa misma persona nos comprende y cuida, nos llena de energía, nos hace sentirnos valorados, busca -a su manera- aliviar nuestro momento de sufrimiento y nos apoya y motiva. Entonces descubrimos que nos quiere más de lo que creíamos.
- Si el que se siente así es alguien cercano a nosotros: Es fácil identificar esta situación, aunque no lo diga expresamente. Esa persona suele reaccionar de forma poco habitual, de manera irascible y a la defensiva. Por ello, tenemos que intentar conocer su mundo interior, sus desvelos y preocupaciones. Sin prejuicios o expectativas sino con una escucha activa que nos involucre en la realidad del otro. Para ello, tenemos que tener la finura de sufrir con el otro, aunque sea radicalmente opuesto a nuestra forma de pensar. Es más fácil que la verdad se abra paso a través de este modo de compartir sentimientos, porque se establece una corriente de afectos que potencia la comunicación. Es en el momento en que el interlocutor percibe que su situación, opiniones y sentimientos son respetados y acogidos por quien le escucha, cuando abre los ojos del alma. Entonces abrimos la puerta a la inyección de endorfinas. Esta conexión enriquece tanto a uno como a otro. Empiezan a aflorar amarguras soterradas y miedos camuflados en un delicado y caótico compendio de emociones vividas e historias pasadas. Una historia real, la vida misma. ¿Quién quiere entonces Netflix? Saquen las palomitas señores que aquí hay un corazón que recomponer y el final feliz lo ponemos nosotros. Nuestro reto es poner paz en alguien que está batallando una guerra.
La indiferencia hacia los demás es una grave enfermedad que sufrimos en esta época. Pero cuando descubrimos esa sensación tan maravillosa de ayudar y dejarnos ayudar creamos unos vínculos seguros. Nos creamos una red de personas “refugio” que nos guían y acompañan. Nos convertimos, a su vez, en personas que transmiten paz y confort, transmitimos alegría e ilusión y nos volveremos más resolutivos. Todos tenemos un mundo interior invisible para los demás, que requiere nuestra atención. Y creedme si os digo que hay personas con mundos interiores fascinantes y muchas veces están más cerca de lo que creemos.
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