Tras ver la película “Éternité” me quedé un rato ensimismada, en profundo silencio y con alegría, imagino que por ver de una forma tan artística y contundente la belleza de la vida centrada en mostrar la de la familia; de la maternidad; la paternidad; de la fe católica; de la amistad, la vocación; el nacer, el dolor, la alegría, el morir…. Los esenciales resumidos armónicamente en 2 horas. Con la sensibilidad a flor de piel, por un lado, y la pícara confirmación, hecha complicidad en mi interior, sobre la diferencia abismal entre hombres y mujeres que el mundo de hoy es incapaz de entender. Porque como dijo la primera protagonista, Valentine: “hay cosas que sólo un hombre puede decir”.
No sé si Twitter vino en mi auxilio o simplemente eché mano de esta red para paliar esa sana necesidad de comunicar lo bueno y bello que acababa de ver. Rápidamente escribí en un tuit: “Acabo de ver una película tan rompedora como maravillosa”. Mi primera sorpresa fue descubrir que el director, Tran Anh Hung, era hombre y no mujer, primer esquema roto. Pensaba que algo realizado con tanta finura, sensibilidad y estética solo podría ser obra de una mujer. No se me ponga mustio querido lector, con lo que acaba de leer: “yo pensaba que algo realizado con tanta finura, sensibilidad y estética solo podría ser obra de una mujer”, ¿quiero decir que los hombres no pueden filmar algo con finura estética y sensibilidad? No.
Indago un poco más y el señor Tran o el señor Hung (desconozco cuál es realmente el apellido), es francés y vietnamita ¡Ah! Algo me cuadra, solo un asiático puede mostrarnos de una forma tan magistral el tiempo, no solo su sentido, sino el momento que no se volverá a repetir. De hecho, él mismo afirma que trató de hacer la película pensando en “La ópera de la vida”, la expresión artística por excelencia, y por algo al presentar el film al gran público el titular fue “100 años de humanidad”.
Efectivamente, hay cosas que sólo una mujer puede experimentar, decir, hablar y callar
“Hay cosas que sólo un hombre puede decir”. Destaco esta frase de la película porque es la verdad de la diferencia entre hombres y mujeres. ¿Somos diferentes? ¡Pues claro! Es una obviedad a todas luces, pero, insisto, el mundo de hoy se niega a entenderlo o más bien, aboga por rechazarlo. Algo tan evidente como es la complementariedad entre hombre y mujer, y que cualquiera afirma en la intimidad, curiosamente se calla en público. Sacada la frase del contexto de la escena de la película, caben 1000 interpretaciones, pero cuando un matrimonio acaba de perder al hijo recién nacido, y la mujer ahoga su pena abrazada al marido que la consuela con todo amor, y éste susurra: “tan pequeñito, con un día de vida, apenas nos ha dado tiempo a quererle”, y entonces ahí viene la reflexión callada y delicada de su mujer, ella dijo para sus adentros “hay cosas que sólo un hombre puede decir”.
La natural diferencia
Valentine, una de las tres protagonistas de esta historia de tres generaciones, le ahorró a su marido explicarle qué ocurre en una mujer durante los 9 meses de gestación, cómo el amor, el cuidado, la ilusión va creciendo y creciendo de un modo gigantesco mientras el cuerpo se amolda para acoger al que va creciendo. Efectivamente, hay cosas que sólo una mujer puede experimentar, decir, hablar y callar. Porque cuando la mujer ama gesta maternidad, continuamente, hacia el hijo, hacia el amor de su vida, con el enfermo a su cargo, en el crecer de la amistad, con sus padres, el acto de amor continuo en la mujer es una gestación que llega hasta la eternidad.
Belleza al desnudo
Esta película se me ha hecho algo así como un compendio de la descripción literaria de Baroja, contundente, realista, al detalle. El color, la luz y la estética de los cuadros de Sorolla o de cualquier impresionista. El ambiente cinematográfico y estético de Visconti, a lo grande, lleno de color, movimiento y lentitud contemplativa. Y… la música de la vida con una selección impresionante, en total 26 piezas componen la banda sonora original, predomina el piano, pero no se corta Tran Anh Hung, Beethoven, Debussy, Bach, Haëndel, Ciccolini… conectan con precisión el sonido con la imagen y toca la fibra sentimental del espectador. Muestra la explosión de la vida, niños jugando, el protagonismo del tacto, del afecto sin límites de madres a hijos, de padres a madres, de éstos a los hijos. Cada quien, ocupando su lugar natural de una forma tan espontánea como discreta. La ternura y el placer de ese “estarse juntos” en el centro de la creación, rodeados de naturaleza. Ternura, tildada de cursi por críticos de cine de este siglo XXI frío, sin vínculos y deshumanizador.
Esta película, que puede ver ahora en la plataforma de Movistar, es un canto a la vida, a la contemplación, a reconocer el peso y permanente compañía de la fe católica en las personas. La lentitud de las pequeñas cosas, de las caricias, los silencios, las miradas, los pensamientos, el respeto profundo, el sufrimiento. Vida y muerte, generación tras generación, Dios y hombre, finitud y eternidad.
Porque… hay cosas que solo un hombre puede decir y una mujer… callar.
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