En diciembre, al final del año, “hacemos el balance de lo bueno y malo”, como decía Mecano. Más que nada, para darnos cuenta de que no todo fue como lo habíamos pensado o imaginado. Ni tan bueno, ni tan malo. O para preguntarnos en lugar de ¿Por qué nos ocurrió? ¿Para qué? A lo mejor ya hemos encontrado la respuesta o tal vez tengamos que seguir buscándola.
Este año 2020 no ha sido un año de viajes. Al menos de esos por tierra, mar y aire. Sin duda, de todos y cada uno de ellos, aprendemos algo nuevo. Algo perdemos. Algo ganamos. Algo cambia dentro de nosotros. Algo dejamos en el camino. Y cuando volvemos, ya nunca seremos los mismos. Pero no hay mejor viaje que el de volver a casa. El camino de vuelta, ese hacia el interior de nuestro corazón, a veces cuesta, a veces duele. Pero siempre enriquece.
“Tengo miedo del encuentro, con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos encadenan mi soñar. Pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar”… cantaba Carlos Gardel.
Tal vez una de las lecciones más importantes que hemos aprendido, sea el darnos cuenta de la importancia de volver.
Termina un año difícil, movido. Y no por los desplazamientos, casi inexistentes, sino por todo lo vivido. Un año que ha resultado estar, lejos de nuestras expectativas, lleno de aprendizajes colectivos e individuales. Tiempo de ordenar cajones, pero también valores. De hacer limpieza por dentro y por fuera, tanto de cosas como de personas. De cambiar tiempos y prioridades. Aceptar desafíos, incertidumbres y vulnerabilidades. Pensar que el poder no lo puede todo. Reafirmar que el ser humano no es eterno ni invencible. Más bien un pequeño punto en el Universo, casi invisible e imperceptible. Pero responsables de una cadena de fragilidad que debemos cuidar: el planeta, la vida, a todo y todos los que nos rodean y a nosotros mismos.
Tal vez una de las lecciones más importantes que hemos aprendido, sea el darnos cuenta de la importancia de volver. Volver a las raíces. Volver a interpretar nuestro pasado o hacerlo por primera vez. Volver a mirar la vida con otros ojos. Con los ojos que miran los niños perdidos y encontrados. En definitiva, volver a nuestra esencia, para volver a empezar.
Este año, algunos no podrán volver a casa por Navidad… Pero siempre podemos volver a encontrarnos con ellos, en algún lugar. Puede que mirando dentro de nosotros y en nuestros corazones. ¡Siempre buscando una luz que alumbre nuestro caminar!
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