Hay temas que te tocan, o mejor dicho, te trastocan. La sentencia de La Manada nos ha trastocado a todos. Y con razón. He dedicado muchas horas a leer y a contrastar opiniones. Mi cabeza y mis sentimientos me decían una cosa (que la sentencia era una barbaridad). Gente lista que me rodea pensaban lo mismo y otra gente igual de lista me advertía que ojo, que la ley, que el peligro del populismo, que los juicios paralelos…
Después de muchas idas y venidas, publiqué esto hace una semana http://www.aceprensa.com/articles/la-manada-que-el-arbol-de-la-sentencia-no-nos-impida-ver-el-oscuro-bosque/. Me preocupaba que el ruido de la sentencia nos impidiera ver la gravedad de una situación que no es nueva, la gravedad de una sociedad que, presumiendo de progreso, no ha conseguido erradicar la violencia contra las mujeres. La gravedad de un machismo que, como señala JA Marina, intentamos erradicarlo con una mano, mientras lo alentamos con la otra.
Unos días más tarde estuve con mi madre y le pregunté por el tema. Aviso: mi madre, además de ser un todoterreno, tiene las ideas muy claras. Aunque es inclasificable y se resiste a las etiquetas, podríamos decir que es una persona conservadora, una mujer de ley que –excepto el patriotismo, porque ella es un poco ácrata- ha enseñado a sus hijos valores que llamaríamos hoy “tradicionales”.
Le pregunto por la sentencia de La Manada… y ya no hubo más conversación en toda la tarde. Fue tajante. Controlaba el tema, el voto particular, los entresijos de la sentencia, el #cuéntalo… Y terminó sentenciando: “poco estamos protestando”.
En definitiva: que salió “la bestia”. O, mejor dicho, salió la madre. Mi madre. Y me reconcilié con el mundo. Y me quedé muy tranquila. Y entendí que, por encima de todas las críticas a los discursos simplistas que estamos escuchando desde todas las esquinas (quizás pronunciados por mí misma), había una durísima realidad que hay que cortar como sea.
Seguimos hablando de la importancia de la educación y de ir a las causas, a la raíz, para no solucionar con cuatro parches y una pancarta un problema muy profundo que está destrozando la vida a muchas familias.
Y de paso confirmé que en mi casa –con la inestimable colaboración de mi padre- siempre ha sido un matriarcado. Le dejé el texto porque, después su discurso, pensé que me había quedado un poco corta. “Sí, un pelín tibia –me contestó- pero está bien”. Y respiré.
Seguimos hablando de la importancia de la educación y de ir a las causas, a la raíz, para no solucionar con cuatro parches y una pancarta un problema muy profundo que está destrozando la vida a muchas familias.
Han pasado unos días, la indignación se ha enfriado –cosa positiva porque en frio se piensa mejor- pero el debate continúa. Cuanto más sereno, profundo y concluyente sea este debate más ganaremos todos.
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