Estos días las redes sociales arden con la polémica por la canción de Mecano, «Quédate en Madrid». Una concursante de OT-2018 se rebela durante un ensayo y dice: «No, yo no canto «mariconez», es homófobo, pido que lo cambien.» Se lió la marimorena.
Ana Torroja ha salido a la palestra para defender el sentido común y sobre todo los derechos de autor, algo esencial para un artista. Una expresión coloquial de hace 30 años, hoy se convierte en un término hiriente, ¿Acaso nadie usa el término «mariconez»?
«Yo no he autorizado a nadie a cambiar la letra de una canción que sigo cantando hoy en día. No estoy de acuerdo en cambiarla y no soy quien para hacerlo. El autor de la canción es José María Cano, él la escribió para Mecano y nadie puede modificar una letra sin el permiso del autor», escribió la cantante de Mecano en un comunicado lanzado en Twitter.
Conflicto generacional
Esta polémica «homófoba» descubre un conflicto generacional. Los niños de la EGB salimos menos tiquismiquis, menos quisquillosos que las generaciones actuales. Sin embargo, esos niños tiquismiquis actuales son hijos de los niños de la EGB.
A los de la EGB no se nos enseñó desde los postulados LGTB tan «indispensables» hoy en día para la educación. Descubrimos la homosexualidad con la normalidad de la vida.
¿Quién no se acuerda de la famosa entrevista de Lola Flores? «Tú eres eso que se dise hoy, hemosesuál o… mariquita?»
No recuerdo como niña de la EGB, cuándo descubrí «a los de la acera de enfrente», que es como se decía entonces. Sí reconozco que antes gozábamos de más ironía, finura y libertad para expresarnos.
No herir la sensibilidad ajena
Hoy en día se anda con pies de plomo en cualquier conversación. Prevalece «no herir la sensibilidad ajena», que en realidad es evitar la susceptibilidad ajena. Como consecuencia perdemos la gracia y espontaneidad tan típicamente española de siempre.
Menos «sentirse ofendidos» y más libertad, menos tiquismiquis y más sentido común, menos exigencias de corrección política y, más normalidad. De eso se trata, de recuperar la normalidad.
Este asunto me ha recordado a Antonio, un legionario de la España de los años 50. Cuando veía a la novia de su Teniente le decía: «Ay, mi Teniente qué guapa es su novia. Cuando se casen, pida que me vaya con usted de asistente y verá su casa como los chorros del oro.»
Antonio era un mariquita o maricón. No es lo mismo escribir marica, mariquita o maricón, al cómo decirlo. Lo escrito o dicho descubre la bondad o la maldad, el aprecio o el desprecio, la ironía o la sentencia del que juzga.
Bien, pues Antonio, el legionario, como el resto de sus compañeros, desfilaba, cargaba con su arma y se levantaba al toque de diana. Qué hacía en sus ratos libres, era su vida personal y nadie le preguntaba. Él no podía disimular quién y cómo era y así era querido, respetado y aceptado.
Lo que me descubre este hecho es que antes todo era más coloquial, más normal, más gracioso, más sencillo, menos hiriente. Y algo fundamental, no todo tenía que ser objeto de legislación.
La anécdota me sigue haciendo gracia, porque tiene mucha gracia imaginarse a Antonio, el legionario, piropeando con garbo y salero a las chicas guapetonas de la época.
Por cierto, el Teniente era mi padre y la guapa novia, mi madre.
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