Como se decía antaño, al recibo de la presente, espero querido lector que te encuentres bien. Son tiempos difíciles, en los que un bichito sobre el que ni siquiera la comunidad científica se siente certera para calificarlo de ser vivo ha puesto en jaque nuestra existencia. Todas y cada una de las 24 horas del día. Una a una. Pero nada más.
Es más que sabido que a cada día le basta su afán. Y este horizonte temporal es el que debemos tomar para afrontar la vida. Sí es cierto que debemos planificar, fijar nuestros objetivos familiares, personales y profesionales. Pero para gestionar las cosas del día a día -obvio- tenemos un límite de 24 horas que no conviene desatender o desdibujar.
La crisis del coronavirus nos ha separado de personas importantes en nuestras vidas, al tiempo que nos ha hecho convivir más horas de las que estamos acostumbrados con otras. Pareciera como si todo lo viviéramos con mucha más intensidad, concentrado, como los buenos caldos.
Y en medio de estas circunstancias tan especiales, creo haber entendido que el límite de 24 horas es una referencia que nos puede ser muy útil.
Si hay un enfado, un malentendido, un reproche, que no pasen 24 horas sin hablarlo, pedir perdón (sea quien sea el que tenga más parte de culpa), aceptarlo y proseguir la vida con afecto y bonhomía. Los conflictos normales de la convivencia, por pequeños que parezcan, han de resolverse antes de que se enquisten. Cuando esto sucede, el estallido es peor. ¿O no se acuerdan del acné de la juventud?
Del mismo modo, es recomendable pensar si, en las últimas 24 horas he estado pendiente de las personas a las que quiero. Que no pase un día entero sin decir, precisamente, te quiero, a los más cercanos. Que no pase un día sin ofrecer ayuda, sin dar cariño, sin mostrar cercanía. Un viejo aforismo asegura que la maleza crece en el camino que no se recorre entre dos personas. No conviene olvidarlo.
Que no pase un día entero sin decir, precisamente, te quiero, a los más cercanos. Que no pase un día sin ofrecer ayuda, sin dar cariño, sin mostrar cercanía.
Quien tiene una vida estándar, sin demasiados aprietos, ni lujos, sin preocupaciones ni alegrías extraordinarias, puede caer en la trampa de considerar cada día como “uno más”. Y no hay nada más cierto que el tiempo, que puede ser una de nuestras mayores riquezas si lo aprovechamos, es al mismo tiempo un bien escurridizo, fugaz y esquivo.
Recientemente he visto una película de 2013, titulada About time (en España fue presentada como ‘Una cuestión de tiempo’). En ella, el director Richard Curtis plantea una idea fantasiosa para profundizar en el valor del tiempo: los varones de una familia inglesa tienen la capacidad de viajar en el tiempo.
Más en concreto, al pasado, a momentos que han vivido. Y pueden actuar en ellos para modificar la realidad. Obviamente, el protagonista, al conocerlo, pone en juego esta posibilidad y descubre, como en la gloriosa frase de Spiderman, que “un gran poder lleva una gran responsabilidad”.
El hecho es que al final, decide vivir intensamente cada día, cada 24 horas como si no tuviera la posibilidad de viajar al pasado y revivir de nuevo escenas del pasado. Por fin entiende que a cada día, vivido con intensidad, es suficiente.
No es desconocida la oración del papa Juan XXIII que algunos han titulado como el ‘Decálogo de la serenidad’ y que puede resultar de gran utilidad ahora que se nos plantea un reto, el de estar encerrados en casa, que no sabemos muy bien cuánto tiempo va a durar.
Merece la pena que lo recordemos:
1.- Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente al día, sin querer resolver los problemas de mi vida todos de una vez. 2.- Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé criticar o disciplinar a nadie, sino a mí mismo. 3.- Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en éste también. 4.- Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos. 5.- Sólo por hoy dedicaré diez minutos a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma. 6.- Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie. 7.- Sólo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer; y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere. 8.- Sólo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión. 9.- Sólo por hoy creeré firmemente -aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena Providencia de Dios se ocupa de mí, como si nadie más existiera en el mundo. 10.- Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad. Pues dicho queda. Sólo por hoy lo intentaré.
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