Escucho aterrorizada que una niña italiana de 10 años ha muerto tras intentar superar un reto planteado en el canal Tik Tok. La niña se ajustó un cinturón al cuello con el objetivo de quedarse sin respirar el mayor tiempo posible mientras grababa la escena. Tras perder el conocimiento fue internada en el Hospital Infantil de Palermo, pero no sobrevivió.
Tik Tok es una plataforma en la que se cuelgan videos cortos de toda índole, en su mayoría de una estupidez supina. Hace tiempo que observo con vergüenza ajena a jóvenes y no tan jóvenes, repitiendo movimientos epilépticos y gestos para los que claramente hay que ser inmune al ridículo.
Lo malo es que de la bobería pasan a retos que ponen en peligro su integridad física e incluso su vida. Llegados a este punto, esos comportamientos no distan mucho del de los kamikazes o los balconeros, igualmente patológicos con la diferencia de que no se originan en la red.
La pregunta que primero nos asalta es ¿para qué? y la segunda y lógica cuestión es ¿por qué?.
Pues bien, parece ser que la respuesta a la primera pregunta es la popularidad. Se arriesgan a todo, bravatas mediante, para demostrar a la comunidad virtual y a sí mismos que son lo suficientemente buenos como para petar a “likes” la publicación y existir en un circulo masificado en el que distinguirse es poco menos que imposible.
El segundo interrogante tiene más enjundia y en él recae la posible solución a esta peste viral.
Podríamos pensar que el origen del problema está en causas ajenas a la voluntad de nuestros jóvenes e incluso a nosotros mismos, pero eso sería desplazar la responsabilidad.
Los motivos que hemos visto, popularidad, fama, inclusión, explican la decisión desde la voluntad, pero no determinan su causa.
Desde mi punto de vista estos chavales lo que buscan es un sentido a su vida. Buscan, como todos, lo que les resulta valioso y evitar otros males, como ser invisible a los ojos de ciertas personas o peor aún, ser el pringado de la clase.
En esa búsqueda fallida desoyen incluso su instinto más animal y primario de sobrevivir.
Parece pues esencial que nuestros jóvenes comprendan los mecanismos a través de los que se les hace desear ciertas cosas hasta que interiorizan ese deseo como propio. Los mecanismos sociales que coartan su libertad sigilosamente.
Su deseo de desear la popularidad es un mal querer, mal enfocado y a costa de todo. La popularidad como sentido de la vida y premisa para ser feliz es un seguro de amargura y frustración.
Sin embargo, deberían notar estos niños que hay quienes sí tienen un plan o poseen una estrategia a medio plazo. Los que de verdad mueven los hilos en las redes son otros, no la masa bovina que copia e imita. Esos you tubers famosos probablemente cuenten con asesores, “community managers” y presupuesto para invertir en su despegue. Tienen una meta clara, alejada de la mera popularidad. Quieren vivir de los directos y de la promoción. Una meta económica.
A su favor está, que este tipo de you tubers rara vez se pasa de la raya, algunos se manejan con sponsors o han escrito libros, se han creado un personaje con alias incluido y no están dispuestos a perder lo que han ganado planteando retos suicidas. Esto no significa que no hagan virales sus propios retos e “inspiren” a sus seguidores a ingeniar otros, que obviamente tendrán que ser más osados al objeto de llamar la atención.
Los retos se suelen crear bajo la premisa de: “Si llego al número x de likes, me rapo la cabeza, pruebo un pescado podrido o hago puénting” En definitiva, una infinidad de variantes a cada cual más imbécil porque, para empezar, dejan la decisión en manos de los demás usuarios, elemento de transferencia que arenga al personal deseoso de tener algo que ver, por poco que sea, con su icono virtual.
Parece pues esencial que nuestros jóvenes comprendan los mecanismos a través de los que se les hace desear ciertas cosas hasta que interiorizan ese deseo como propio. Los mecanismos sociales que coartan su libertad sigilosamente. Desarrollar la mirada crítica y en todo lo posible, el sentido del humor desdramatizador. Que aprendan que esa libertad suya, tan ansiada, no consiste en hacer lo que otros hacen sino en ser verdaderamente revolucionarios y pensar por sí mismos.
Y es que la sociedad de la conexión nos ha desconectado de lo más importante que tenemos, nuestra humanidad, nuestra unicidad, el lazo con la naturaleza y el silencio en que escuchar nuestra voz interior.
Una vez que caminamos sobre el vacío, el problema es más difícil de resolver, algo así como ayudar a un ciego que recupera la vista a aprehender poco a poco el mundo.
Está estudiado que la mayoría de los adictos se perciben desconectados de algún modo del mundo que los circunda. Se sienten solos, incomprendidos o fracasados. El alcohol o las drogas les ofrecen una conexión artificial pero rápida y de la que pueden echar mano cuando quieren.
Algo así es la adicción a este tipo de redes. Se precisa no solo alejarse de ellas sino construir otra vida diferente, otros hábitos, otros “amigos” De lo contrario solo se logrará un periodo de descanso para luego volver al único mundo conocido.
Lo que propongo es pues, un reseteo absoluto, comenzar de cero a dibujar metas, percepciones, hábitos del niño. Lo que propongo, aunque parezca difícil y sea un camino pedregoso para muchos padres es volver a empezar.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: