Leo con deleite el último artículo de Arturo Pérez-Reverte, «La posada de Dickens», con ese arte que solo los buenos escritores logran. Porque donde acaba su artículo comienzan otros muchos relatos, cada uno a la medida del lector. Nos regala la posibilidad de viajar, imaginar y algo sorprendente… Ir más allá, quizá ese «ir más allá» lo traduzco en lo que para mí es la regla número 1 para quien quiera conducirse bien por la vida: la reflexión y todo lo ajeno a la divagación y a la improvisación.
Me viene a la mente aquel párrafo de Bernardo de Chartres: «Somos enanos encaramados a hombros de gigantes. De esta manera, vemos más y más lejos que ellos, no porque nuestra vista sea más aguda sino porque ellos nos sostienen en el aire y nos elevan con toda su altura gigantesca»
El académico Pérez-Reverte nos sube a hombros de esos gigantes. Hilvana a lo largo del artículo literatura, transformaciones de la arquitectura londinense; paisajes urbanos –antiguos y modernos–; autores y personajes; guerra y destrucción; citas… como si nos condujera por la vida. En realidad es un artículo lleno de vida, nostalgia y moralejas entre líneas y, como siempre, sagaz.
Me dejo llevar y me sitúo imaginariamente a la puerta de la «Posada de Dickens», guiada por un espíritu libertario ahondo mano a mano con esa regla número 1, la reflexión, para ir más allá y llegar a buen puerto.
Escritores y políticos
Será el momento presente pero mi «ir más allá» se divierte al pensar en la figura del escritor y en la del político, genéricamente hablando aunque quizá el subconsciente me traicione en algún párrafo. Encuentro algo en común tanto en el buen escritor como en el buen político: que la improvisación no existe, ni mucho menos hablar, escribir o exponerse públicamente según los dictados del marketing. Tampoco del plagio.
Estar sentado en un banco en algún punto a la orilla del Támesis cerveza en mano y sin pata de palo, revela el poso del escritor. El hombre que necesita observar, meditar, rememorar y echar mano de la memoria, pasear la mirada de un lado a otro y recrear en su mente, sin prisa escenas, citas, autores o historias. Y como él mismo afirma: «… lo importante que es viajar a los lugares no para conocerlos, sino para confirmarlos«, explicando, y resumo, que no es igual acudir a un lugar a ver qué me encuentro espontáneamente, que haberse instruido previamente, qué ocurrió aquí, quién vivió, porqué se cuenta esto de este lugar…
Me surge una pregunta ¿El escritor está llamado a transformar la sociedad o solo las mentes? No lo sé, puedo volver sobre esto en otro momento. Lo cierto es que abre puertas porque nutre la inteligencia, la imaginación, la creatividad, el análisis o el simple disfrute, amén de algo que valoro enormemente, la reflexión.
Pero ¿Y el político? ¿Está llamado a transformar la sociedad y… además las mentes? En parte sí, la transformación estructural, administrativa, legislativa que sea fluida y constructiva en el tiempo, palpable. Pero… no las mentes, a éstas hay que dejarlas que crezcan en libertad, y si es poniendo cimientos inamovibles para lograr una sociedad de personas libres, con pensamiento crítico, abierto, de contrastes y diálogos, fruto de una sana instrucción, mejor, lo contrario al adoctrinamiento.
Pienso en políticos de verdad, en aquellosque saben contextualizar el tiempo en el que viven, quienes conocen su país a fondo, de dónde venimos, cómo somos y dónde estamos. El político que conoces a sus gentes y éstas a él / ella. Los que reflexionan sobre la realidad y luego ponen todo su empeño en priorizar y proponer soluciones reales a problemáticas concretas, que a diferencia del escritor, sí transformarán la sociedad y la vida de las personas.
Dejada llevar por este mi «ir más allá» reparo en la pedagogía. Tanto el buen escritor como el buen político deberían ser pedagogos, los que no dan por hecho nada, pero tampoco se dirigen por la vida como si el otro no discurriera y sea tratado como un número o un recipiente al que hay que llenar de contenido, el que fuere, aunque sea disparatado, errado o contra natura.
Éstos saben narrar, recrear, explicar, conducir su pensamiento para que sea comprendido, aclaran dónde está el problema, la historia, el «meollo» y explican la razón de ser de su propuesta, historia, personaje o programa electoral. No dan palos de ciego, ni lanzan desde las tribunas velas voladoras al cielo como en las noches del Loi Krathong.
Pérez-Reverte no sabemos si escribió su artículo desde Inglaterra, si se hallaba allí por motivos de trabajo o de disfrute vacacional, me da igual, pero me ha hecho pensar en esto de los rasgos o algunas de las reglas que debieran conformar al buen escritor y al buen político. Qué cosas, lo de buen escritor en fondo y forma quizá sea más normal asumirlo, lo del buen político… la cosa anda ardua por no decir inverosímil.
Releo el artículo del Sr. Pérez-Reverte, y disfrazo mi imaginación de sueños y de cosas bonitas que la vida me pone por delante, vestida de pirata sin pata de palo, y con parche en el ojo, tocó el acordeón, ahí, a la puerta del pub «La posada de Dickens» y al ritmo de mi música imaginaria reafirmo la regla de oro, la número 1: reflexionar es vida.
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