Cuando los bomberos consiguieron entrar en la nave devastada por la madera calcinada de las bóvedas, descubrieron el destello de luz que la cruz de bronce sobre el altar emanaba y, a pocos metros, en pie, donde el Hijo nos la confió, la figura de Notre Dame, intacta, blanquísima, hermosa.
Esa escena supuso un potente golpe de uno de los mensajes y significados que esta tragedia ha descargado sobre nosotros, pero no el único.
Emblema del estilo gótico francés más puro
Y es que Notre Dame de París no es cualquier Catedral gótica, sino el emblema del estilo gótico francés más puro. Construida sobre restos romanos y sobre una catedral anterior merovingia del siglo VI, que se inició bajo el reinado de Luis VII Capeto en el año 1163 para finalizarse dos siglos después, en 1345.
Símbolo de la espiritualidad católica germinada por el abad Suger de Saint Denis, quien recupera el simbolismo del Deus Lux mundi –Dios es luz–, que venga a su casa, que la inunde de luz ¡Sí! A pesar de la oscuridad cernida sobre las naves sembradas de madera calcinada tras el paso de las llamas destructoras, símbolo de la quema de la vida espiritual en Europa, la luz de la cruz permanece y triunfa.
Una estructura en un asombroso equilibrio para lograr vaciar los muros y llenarlos de vidrio emplomado, de luz, de color, de esas flores del paraíso del rosetón, imagen de María
Con una estrechisima y elevada nave central, sostenida por un delicado sistema de empujes y contrarrestos, formados por finos y alargados arbotantes, verdaderos tentáculos para repartir las cargas de la cubierta, esa que se ha desplomado con toda su piedra y madera.
Una estructura en un asombroso equilibrio para lograr vaciar los muros y llenarlos de vidrio emplomado, de luz, de color, de esas flores del paraíso del rosetón, imagen de María, rosa mística, fecundada por el Espíritu sin ruptura de su virginidad, como luz traspasando el cristal.
Metáfora del hombre actual
Hoy, tras el incendio la estructura peligra, y las bóvedas se han desplomado. Metáfora del hombre actual, sin cielo, sin paraíso, sin vida eterna y en un escenario de tejas para abajo, que hace que su equilibrio personal, la familia, el sentido de la vida… se tambalee.
Gigantesca casa de Dios en piedra para acoger al hombre y transportarlo al cielo a través de vertiginosas verticales de columnas y baquetones. Un hombre medieval, débil, frágil ante la enfermedad y la muerte convertido en hombre celeste en medio de este prodigio de piedra y luz.
Nada que ver con el hombre actual que lo maneja todo, lo controla todo, que decide quién nace y cuándo morir y que entroniza la ciencia y la técnica, y que en apenas 2 horas, entre sus manos, un edificio de 850 años se le destruye.
Todo es poco para el que fue cofre de las más valiosas reliquias, donadas por el rey santo francés, también salvadas para alivio de la cristiandad: la Corona de espinas, el Lignum crucis, la túnica de San Luis…
La aguja central, esa que provocó la restauración desastrosa, cuya caída en directo, a las pocas horas del incendio estremeció al mundo, había costado veintitrés años de trabajo al arquitecto Viollet-le-Duc, quien en 1844, recreó un neogótico de fantasía y gárgolas maléficas, inmortalizadas en películas y leyendas.
Expresión de la fe de un burgo pujante, en un nuevo despertar económico, rivalizando en altura y grandeza con las Catedrales vecinas. Templo donde entregar el trabajo manual más preciosista hasta en su cara no visible, siempre desde el anonimato, porque solo Dios lo sabe, y en la vida eterna me lo premiará.
Curioso escenario ahora donde plasmar donaciones, las millonarias con nombre y marca, y con buen efecto llamada ¿por qué no? Fruto del amor a la Virgen, a la Iglesia, al arte, a la cultura, al marketing… Sólo Dios lo sabe, y premiará aquello de “lo que haga tu mano derecha que no lo sepa la izquierda”. Sí, apabullante ha sido la solidaridad, en cristiano la caridad, que algunos solo pueden llamar filantropía, no importa, no estamos para remilgos cuando las estimaciones para la restauración se cifran en 600 millones de euros, cifra por cierto superada en 24 horas y que ya llega a los 800.
Lo esencial
Todo es poco para el que fue cofre de las más valiosas reliquias, donadas por el rey santo francés, también salvadas para alivio de la cristiandad: la Corona de espinas, el Lignum crucis, la túnica de San Luis… Luis IX, que murió enfermo en expedición de Túnez en la octava Cruzada cuando intentaba frenar el azote del Islam y recuperar los Santos Lugares…
Un Islam tan presente hoy en Francia que el propio rey de Marruecos, Mohammed VI, ha salido a escena para entregar su donativo, apoyo, compasión y solidaridad por reconocer en Notre Dame: “El símbolo de la ciudad de París, de la historia de Francia y lugar de recogimiento para millones de fieles”. Paradojas de la historia contemporánea, dignas de referir y ponderar.
Todo pasa, la representación de este mundo se termina, también para las obras de arte, aparentemente inmortales, conmovedoras, que como vemos traspasan el tiempo, los gustos, las sociedades, y hasta los credos.
Las piedras vivas frente a la mera restauración
Conviene por último, recordar que esta Catedral sufrió la gran sacudida del odio a la Iglesia Católica propinado por la Revolución francesa. En nombre de la libertad del hombre se desacralizó el templo en 1790, se profanaron sus imágenes y fueron robadas sus piezas de orfebrería.
Se destruía con saña por ser expresión de la fe viva, enemigo a perseguir y aniquilar. El mismo mundo laicista que sigue destruyendo al hombre, que le arranca su raíz espiritual, que le amenaza antes de su nacimiento y en sus años de enfermedad y vejez.
A pesar de que lamenten la pérdida del edificio, y se unan a la causa de la reconstrucción, Macrón, la alcaldesa Anne Hidalgo y el socialismo francés, se limitan a reconocer que este lugar es parte de todos los franceses y que representa una historia y un patrimonio que nos une.
Sin embargo, el Arzobispo de París, Mons. Aupetit, con extraordinaria oportunidad ha profundizado en el verdadero sentido: «La Catedral es más que un montón de piedras antiguas, al igual que una persona es mucho más que un conjunto de células, hay una inteligencia creadora, un principio, una unidad, una unción, una presencia divina que le otorga un carácter sagrado. El altar fue ungido, crismado, al igual que las paredes, como los fieles en su bautismo, auténticas piedras vivas en la construcción del verdadero templo». Por eso, prosiguió el Arzobispo, «Vamos a reconstruir la Catedral, que los ungidos vuelvan al fervor y amor primero; también los sacerdotes, de manos consagradas, vuelvan a encontrar el sentido profundo del seguimiento a Cristo, por quien han dado su vida».
Ésta ha sido la oración unánime de la cristiandad en boca de sus obispos: que la reparación del templo sea una llamada para restaurar el templo de piedras vivas de la Iglesia en París, en Francia y en toda Europa.
Lo que vemos es que cuando los hombre han callado, las piedras de Notre Dame gritan acerca de las profundas raíces cristianas de Europa.
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