Vi Un monstruo viene a verme en el Festival de San Sebastián. La vi después de haber visto más de una decena de títulos poblados también por monstruos. El cine de festival suele caracterizarse por una cierta tendencia a lo estrambótico y extraño, y esta vez, la tendencia se había acentuado. Nocturama cuenta la historia de un grupo de jóvenes que organizan un atentado terrorista sin saber muy bien por qué motivos, Lady Macbeth, la historia de una ninfómana que considera el asesinato –de niños, ancianos y algún adulto- como un arma para convencer al que te molesta, en Elle una mujer que sufre una violación busca obsesivamente al agresor… para que repita su crimen y en Playground dos niños de 10 años –después de abofetear a un padre discapacitado y tratar de abusar de una compañera de clase- aplastan el cráneo de un bebé de 2…por puro aburrimiento y diversión. Esto es sólo un repaso sin hacer demasiado esfuerzo de memoria, ni siquiera es un elenco de todas las películas con temáticas similares (he dejado fuera las violentas The Oath, Que Dios nos perdone o la desesperanzada As you are). Es solo una muestra pero que sirve para entender porque la película de Bayona me pareció lo más verdadero, lo más sabio y lo más radical que vi en el Festival.
Para quien, a pesar de la publicidad de Mediaset, no sepa todavía de qué va la película, Un monstruo viene a verme es la adaptación de la novela homónima de Patrick Ness y cuenta la historia de un chaval de 12 años que asiste al declive de su madre, enferma con un cáncer terminal, mientras intenta lidiar con el acoso en la escuela, la lejanía de un padre inmaduro y la antipatía que le produce su rígida abuela. Un monstruo acudirá una noche para ayudarle a luchar con sus dragones. Un monstruo que le contará tres historias y le retará a protagonizar la cuarta, la más difícil: la historia de su propia vida.
He escrito ya en alguna parte sobre los méritos cinematográficos de la última película de Jota (como le gusta que le llamen) Bayona. El director de El Orfanato y Lo imposible ha rodado una película que en su género –drama- funciona como un tiro, con un diseño de producción sorprendente y un casting modélico. Pero al margen de estos valores, la película tiene una riqueza antropológica que se echa mucho de menos en la cartelera (y hablo con conocimiento de causa porque suelo ver un 80% de lo que se estrena).
Decía que la película de Bayona me pareció lo más verdadero que vi en San Sebastián. Por fin, una película hablaba de relaciones y sentimientos normales. Patologías hay muchas en el mundo y no digo yo que no haya que contarlas. El problema es cuando el cine refleja un mundo patológico…como si fuera el único existente. Hay niños que asesinan a bebés y niños que golpean a sus padres pero hay muchos más chavales que sufren cuando ven a sus padres enfermos o padres que harían lo imposible por quitar un ápice de dolor a la vida de sus hijos. La gente, el público normal, llorará con la película de Bayona pero no porque el cineasta español haga pornografía sentimental sino, simplemente, porque la muerte de una madre duele, y si tienes 12 años, duele más.
También decía que la película de Bayona fue la más sabia del Festival y es, ahora mismo, la más sabia de la cartelera porque afronta una de esas cuestiones existenciales que, si se resuelven bien, estructuran la vida y si se resuelven mal pueden destrozarla. Una cuestión que, curiosamente, nos hace salir corriendo en dirección contraria. Estoy hablando de la muerte, claro. Ayer mismo unos científicos descubrían que, nos pongamos como nos pongamos, como mucho vamos a estar 125 años en la tierra. Y después nos vamos a morir. Todos. Y muchos nos moriremos mucho antes de los 125 años. La conclusión debería ser que la muerte es un tema que tenemos que afrontar. Un tema como afrontamos la hipoteca, la elección de carrera, un cambio en el trabajo o si nos vamos a casar o no y con quién. Solo que con un poco más de profundidad porque la hipoteca o el trabajo con reversibles y la muerte, no. Bayona no solo hace enfrentarse a la muerte a la madre, a la abuela, al padre (adultos todos ellos)… sino ¡a un niño de 12 años! Y lo hace porque, desgraciadamente, hay personas que a esa edad se enfrentan a la muerte. Reconozco que, en la primera escena en la que el chaval acude a ver a su madre moribunda al hospital, estuve a punto de levantarme de la butaca y aplaudir. Porque una cosa es que los niños necesiten explicaciones, cuentos y fantasía para tragar algo así (como bien cuenta la película) y otra cosa que se les ponga una venda para no ver la realidad. Evitar el dolor negando la verdad no es buen negocio. Hay un momento que el monstruo le anuncia: “será duro, mucho más de lo que puedas imaginar…pero sobrevivirás”. Una lección sabia. Porque enfrentarse a la verdad y aceptarla solo lo hacen los sabios.
Y por último dije que Un monstruo viene a verme me parece radical. Muy radical. Frente al pensamiento débil y la dictadura –cada vez más totalitaria- de lo políticamente correcto (que en el cine muchas veces se traduce en presumir de cinismo, alejarse del más mínimo sentido ético del drama y volver la espalda a cualquier camino de redención), Bayona apuesta por un cine humanista en el que se subraya el valor de la persona y sus relaciones familiares, el papel de la libertad y responsabilidad humanas, la importancia del esfuerzo y la posibilidad de redención. Los consejos del monstruo son algo más que slogans de autoayuda. Son enseñanzas ancladas en la experiencia (es muy bonito ver cómo el monstruo “educa” la afectividad del chaval), en el sentido común e, incluso, en un sentido de la vida abierto a la trascendencia, al misterio, al “algo más” que además no es desasosegante ni opresivo sino alegre y esperanzador. Un monstruo viene a verme es una película, a la vez, infinitamente triste…e infinitamente esperanzadora y positiva. Por eso llevará a gente al cine. Y por eso convencerá a un público harto de ver como deambulan monstruos humanos por la pantalla grande. Ha venido a salvarnos de ellos un monstruo con mayúsculas. Un Monstruo con M de magnífico.
Ana Sánchez de la Nieta