Queridos amigos de la misión.
Desde que envié la carta anterior, a primeros de marzo, todos los días recibo multitud de mensajes de amigos y de desconocidos que piden información de cómo ha ido evolucionando la situación. Paso a relataros algunos de los acontecimientos más significativos de los últimos dos meses.
La sequía: Estos dos últimos meses han sido dramáticos y espantosos. Todos los días hemos visto ante nuestros ojos como la situación se agravaba. El hospital de Gode – ya de por si precario y destartalado – no daba abasto para atender las riadas de humanidad que iba llegando, acuciada por la multitud de enfermedades consecuencia de la endémica sequía que venimos padeciendo.
La mayor parte de los enfermos venían aquejados de desnutrición, tuberculosis, infecciones de muy diversa índole derivada de un sistema inmunológico destruido… Sin embargo, con mucho, lo peor, son la cantidad de pacientes, sobre todo niños pequeños, enfermos de cólera.
Es verdaderamente desgarrador ver carretas llegar con los pacientes y ver carretas salir del hospital con la diaria ración de cadáveres camino de un descampado cualquiera para enterrar a sus muertos.
En los últimos quince días me dijo antes de ayer el director del hospital, sólo de cólera, fueron ingresados ciento quince personas enfermas.
Como seguro sabéis, el cólera es una enfermedad peligrosísima y altamente contagiosa. Tanto es así, que ni siquiera deben estar hospitalizadas en el edificio del hospital. Por lo tanto, el hospital ha tenido que habilitar una tienda de campaña enorme sólo para los pacientes de cólera.
Junto al cólera, han aumentado exponencialmente los casos de tuberculosis, otra enfermedad muy contagiosa y que se ceba en la gente desnutrida. Peor aún, se está dando uno de los peores tipos de tuberculosis que es el multirresistente, de gente que por la razón que sea, no se alimenta bien y no sigue el tratamiento hasta el final.
A este hospitalucho, llegan todos los días gente de todo tipo con las enfermedades más horrorosas que yo haya visto.
Todos los días visitamos el hospital – mañana y tarde – y tratamos de atender a los enfermos más abandonados. Cuando las mismas autoridades del hospital (todos musulmanes) ven pacientes que llegan solos, o en pobreza extrema o ancianos que no tienen a nadie, dicen al médico de guardia: “llama a los católicos que ellos son los únicos que hacen ese trabajo”.
Sobre todo Sister Joachim, la religiosa que colabora conmigo y los voluntarios que van y vienen a la misión, limpian sus excrementos, cambian las sábanas y les cambian la ropa dos veces al día, les hablan, les cantan, les rezan… Es verdaderamente emocionante pensar que la fuerza del testimonio cristiano ha llegado tan profundamente a esta sociedad, que ellos mismos nos identifican, como nota distintiva y característica exclusiva, con la caridad. Para los musulmanes de Gode, no exagero nada, los católicos son los que hacen por los demás, lo que no quiere hacer nadie.
Cuando la hermana limpia las heces, cura las heridas, no hace ascos del olor insoportable de las llagas supurantes, mucha gente se va a acercando y – con todo descaro – se queda ahí… ¡mirando! Y van viniendo otros y a unos metros de distancia se arremolinan a su alrededor y todos se quedan… ¡mirando estupefactos!
No es infrecuente que unos llamen a otros, se cuchichean: “mira, mira, lo que está haciendo esa mujer…” Muchos se acercan y preguntan que si el paciente es pariente nuestro. Nosotros respondemos: “no es mi pariente, es mi hermano”.
Además, ellos mismos saben la respuesta porque saben de sobra que el paciente es musulmán y que la hermana es cristiana con su buen crucifijo al cuello.
Y se van literalmente con la boca abierta y se lo cuentan a todo el que encuentran.
Es lo poco que podemos hacer cada día, en medio de este océano de miseria, pero se nos llena el corazón de alegría por haber podido dar un pequeño testimonio, y así evangelizar desde nuestra propia pobreza.
En días pasados ha venido mucho personal especializado de la ONU por la preocupación que tienen con la epidemia del cólera. Lamentablemente ya se ha pasado el tiempo de lluvia que era todo el mes de abril. Es decir que ya hasta octubre no va a volver a llover.
En este tiempo hemos tenido literalmente dos chaparrones. La lluvia este año ha sido vista y no vista. Mucho nos tememos que al volver a fallar las lluvias de abril la hambruna se agrave mucho más.
Con tanta ayuda: Verdaderamente, en estos dos meses nuestra pequeña misión ha quedado inundada de vuestra extraordinaria generosidad. Y nos hemos puesto manos a la obra, sobre todo en las dos áreas más urgentemente necesitadas de ayuda: agua y medicinas.
En cuanto empezamos a recibir vuestras ayudas, comenzamos a llevar camiones y camiones de agua a las diferentes regiones que nos asignaron las autoridades del gobierno local. Todas las tardes salía con mi camioneta a acompañar a los camiones de agua que recorrían casi 200 kilómetros a los poblados más remotos y vuelta a Gode de noche ya cerrada.
Qué difícil es explicar con la pobre palabra, la alegría, el júbilo de la gente cuando veían acercarse el camión por la carretera de Gode a Jijiga. La gente corría a sus chozas, embridaba a los animales, los burritos cargados de bidones de plástico; los niños brincaban al paso del camión; la voz se corría de choza en choza a la velocidad de la luz y las gentes sentían que no estaban solas ni abandonadas.
Mientras, los encargados lo preparaban todo para descargar 24,000 litros de agua en los aljibes del poblado. Yo me retiraba un poco, además de para sacar fotos, simplemente para contemplar. Para mirar con el corazón, sintiendo como se me removían las entrañas al darme cuenta que era un sacerdote privilegiado, por haber sido escogido para tan extraordinaria misión.
Mujeres y niños esperando la llegada de los camiones de agua.
Cuando recorría los cañaverales de la República Dominicana, bandeándomelas a través del lodo infernal, me venían a la mente con frecuencia las palabras del gran literato Dominicano, Marrero Aristy en su novela “Over” que describía a esos pobres picadores que veía a mi paso ante un muro infinito de caña: «Todas las mañanas, antes de salir el sol, desfila la turba harapienta, maloliente -con un hambre que no se le aparta jamás- camino del corte, como una procesión de seres sin alma… Veo sus siluetas y los golpes de sus mochas me encienden la angustia. ¡Hasta cuándo los hombres vivirán como bestias!».
Y, de repente, sin saber yo ni cómo ni porqué, cuando el sol iba ya de caída y parecía que esa bola de fuego incandescente iba a derretir las arenas del desierto, me quedé mirando a esa muchedumbre de somalíes desesperados – hambrientos y sedientos – como antaño miraba a los haitianos de los cañaverales y me vinieron como un puñetazo en la boca del estómago esas palabras: “la turba harapienta, maloliente…” o eso de “un hambre que no se les aparta jamás…”
Y ahí estaba yo, de píe sobre ese montículo, el único cristiano en cientos de kilómetros a la redonda mirando Somalia en el horizonte, mirando las gentes junto al aljibe, un pueblo entero desesperado, mientras el camión descargaba el agua…
Y lo que hace veinte años me preguntaba mirando los verdes océanos del cañaveral, eso me preguntaba ahora contemplando estos mares de arena sin fin con el gran Marrero:
“¿¡Hasta cuándo los hombres vivirán como bestias!?”.
Gracias, solo gracias: Esta carta, además de poneros al corriente de las últimas novedades de unos territorios gigantescos, martirizados con tanto sufrimiento, quiere ser esta carta un ¡GRACIAS! gigantesco, a todos los que no habéis pasado de largo, a todos los que habéis sido capaces de detener el paso y ensuciaros con la miseria de los pobres. Gracias por dar con tanto amor y con tanta generosidad; esta carta es sobre todo para
eso, para deciros a todos en nombre de Cristo, que está presente en el dolor de estas gentes: GRACIAS.
Pienso en la bondad de todos vosotros que, desde todos los puntos de España, desde Francia, Italia, Argentina, Austria, Uruguay, México, Estados Unidos, Portugal, Puerto Rico, Colombia, y tantos otros países que ahora no recuerdo, nos habéis enviado vuestros donativos y nos habéis asegurado vuestras oraciones.
¡Es tan importante para un misionero, saber que no está solo! Saber que somos en la
Iglesia un cuerpo vivo, donde todos estamos pendientes unos de otros, donde como
decía San Pablo. “¿quién enferma sin que yo enferme?”. El misterio de la Eucaristía nos congrega a todos en torno a un mismo altar, un mismo sacrificio, una única ofrenda, un solo Pan un solo Cáliz del que al comer su Cuerpo bendito y beber su Sangre preciosa, todos somos uno en Cristo Jesús.
Os lo decía en la carta anterior, uno sabe que la situación es grave cuando se van muriendo los camellos, cuando no les quedan fuerzas para tenerse en pie.
Medicinas y la situación del hospitalucho de Gode: Quien logra llegar al hospital de Gode, considérese una persona muy, muy afortunada; aunque la mayoría de las veces no haya casi nada; aunque no haya sangre para transfusiones o el laboratorio haya dejado de funcionar; o estén vendiendo los medicamentos que se deberían suministrar gratis a los pacientes, en las farmacias privadas de la ciudad; o los médicos no quieran atender gratis a los pacientes por la mañana (es un hospital público) y se lleven a los pacientes a sus clinicuchas privadas por la tarde; o porque simplemente los médicos – en vez de atender a los pacientes – estén masticando chat (droga local parecida a la coca) en estado de semi-enajenación mental…
Si llegas al hospital eres un afortunado, aunque lo único que encuentres sea un pedazo de suelo de hormigón resquebrajado, donde acampar con tu estera y tu mosquitera. Ahí, a la intemperie, expuestos al viento implacable, al sucísimo polvo contaminado de los residuos médicos de otros pacientes, ruegas y ruegas a cualquiera que pase con una bata blanca, aunque sea una chiquilla, estudiante de primero de enfermería, que, por favor, haga caso a tu paciente.
Las medicinas que nos habéis donado a lo largo de este año, han sido una bendición y han salvado – no exagero nada – muchas vidas. Gracias a vuestra generosidad, hemos podido responder al instante porque sabíamos que en casa teníamos exactamente la medicina que un paciente concreto necesitaba. A veces, medicinas que no existen en todo Etiopía.
Es impresionante, al escuchar todos estos días las lecturas del Evangelio de diario y ver al Señor Jesús pasearse entre la miseria de su pueblo; verle rodeado de pobres, de tullidos, de ciegos, leprosos… y contemplar el poder que emanaba de su cuerpo, incluso de la orla de su manto. La gente tocaba con fe a Jesús o Jesús les tocaba a ellos y quedaban sanados.
Hoy el Cuerpo de Cristo es la Iglesia y aquí en Gode ahora mismo no hay más Iglesia, no hay más cuerpo de Cristo y no hay más orla de su manto que nosotros, los cuatro misioneros aventureros, que aquí andamos, día tras día, gastando la vida por el Reino.
Estoy firmemente convencido de que he visto milagros, no como una manera de hablar, casi exagerando, no, milagros de verdad. Gente que los médicos no comprenden como no se han muerto y a mí no me cabe la meno duda que el Cristo Pascual, Vivo y Resucitado presente en nosotros que somos la Iglesia, su Cuerpo, al tocar a los enfermos, al pasearse Cristo por la galerias destartaladas de este hospital, en cada uno de nosotros, Cristo Vivo sigue HACIENDO MILAGROS.
Chatarra humana: Hay una parte especialmente horrible del hospital que, hasta muchos que trabajan en el hospital desconocen su existencia. Es una especie de cabaña de ramas y lonas con el suelo de tierra (o de barro, cuando llueve) donde a sidosos, tuberculosos y gente dada por muerta en vida, se la abandona.
A esta gente ya no la visitan los médicos, ni se les administran medicinas, están ahí porque no tienen donde ir y el hospital no les puede tirar a la calle. Están ahí porque sus enfermedades son terriblemente contagiosas, particularmente la tuberculosis multirresistente, para el que solo hay, al menos en Gode, un 20% de posibilidades de curarse.
Venimos aquí a visitar con la frecuencia que podemos, no es mucho lo que podemos hacer poco somos muy pocos y no damos para más. Pero en Buen Dios, no nos deja pasar de largo, su espíritu hace que, ante cada enfermo, cada persona que sufre, sola y abandonada, no pasemos indiferente. Esto hermanos se llama PRIMERA EVANGELIZACIÓN. Es arar donde nunca nadie ha arado, sembrar en dura tierra la mies que jamás veras florecer. Proclamar una palabra que no es nuestra. Ya lo decía Jesús en el Evangelio el domingo pasado: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” y un poco más adelante: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”.
Nosotros queremos ser para todas esas gentes, para toda esta “turba harapienta, con un hambre que no se les aparta jamás…”. Presencia y transparencia del amor de Dios. Queremos creer con cada fibra de nuestro ser que, quien nos ha visto a nosotros – la Iglesia – ha visto algo de Jesucristo Resucitado y Vivo entre nosotros.
A todos os damos las gracias en nombre de tanta gente pobre que no pueden hacerlo por sí mismos. Le pido a la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, Madre de los misioneros y Madre de los pobres, que a todos los cubra con su manto bendito.
Ante el Sagrario de la misión oramos cada día por todos vosotros.
Padre Christopher
Esto es un gran ejemplo de que JUNTOS SE PUEDE.
Para colaborar con la misión de Gode, aquí tenéis los datos.
Titular: Fundación Misión de la Misericordia
Entidad: BANKINTER
Número de Cuenta: 0128-0014-73-0100029293
Iban: ES0801280014730100029293
Código SWIFT o BIC: BKBKESMMXXX
Visitad por favor nuestras páginas web: http://www.missionmercy.org/
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